
Una espera que duele: niña de 11 años pasó día y noche con el brazo fracturado sin atención en hospital
La menor sufrió dos fracturas durante una actividad escolar y, pese a los gritos de dolor, ha pasado más de diez horas esperando atención médica en el principal hospital público de Santa Marta. Los padres denuncian negligencia y trato inhumano.
A las diez de la mañana, Shaira, una niña de 11 años, ingresó al hospital Julio Méndez Barreneche con el brazo envuelto en una venda improvisada. Venía desde Taganga, llorando sin consuelo. Un accidente en el colegio —una caída durante clase de educación física— le dejó dos fracturas en el brazo derecho. Su padre la cargó hasta la puerta de urgencias esperando un alivio rápido. Pero el alivio nunca llegó.
Pasaron las horas.
Y Shaira seguía en la misma silla plástica donde la sentaron al llegar. Sin camilla, sin analgésico, sin ortopedista. Solo el uniforme escolar arrugado, los ojos hinchados de llorar y los intentos de su madre por consolarla entre abrazos.
“Nos dicen que no hay especialista”
“Nos dijeron que no había ortopedista y que tocaba esperar”, contó su padre, con la voz quebrada por la impotencia. “Ya vamos más de diez horas y nada. La niña no aguanta el dolor. Ni una camilla le ofrecieron”.
La desesperación creció cuando, después de reclamar atención, un médico les advirtió que por “hacer escándalo” su hija sería atendida en quinto turno.
“Eso fue lo que nos dijeron. Como si el dolor de mi hija fuera un capricho. Es una niña, no un número”, lamentó la madre.
Una sala de espera como campo de batalla
Mientras otros pacientes iban y venían, Shaira se balanceaba suavemente para soportar el dolor. A ratos se ponía de pie, caminaba unos pasos, y volvía a sentarse. El padre buscaba hielo. La madre pedía a las enfermeras una camilla, un calmante, algo. La respuesta siempre fue la misma: “Tiene que esperar”.
El reloj siguió su marcha. Afuera, el sol se fue apagando sobre Santa Marta, y adentro el sufrimiento se volvió más intenso. Pasadas las siete de la noche, Shaira seguía allí, temblando del dolor y del cansancio, mientras su madre la sostenía del brazo que aún podía mover.
La impotencia de una familia
“Nos dijeron que si queríamos, la podíamos trasladar a una clínica, pero que teníamos que firmar una salida voluntaria. ¿Y si después no la reciben? ¿Y si se complica?”, se preguntaba el padre, atrapado entre la desesperación y el miedo de perder la atención médica que nunca llegó.
Policías tuvieron que intervenir para calmar los ánimos, pero ni eso bastó para que alguien del área de ortopedia se acercara con urgencia.
El caso de Shaira se convirtió en un retrato de lo que viven cientos de pacientes en el sistema público de salud: largas esperas, indiferencia institucional y protocolos que parecen ignorar el dolor humano.
Esa noche, mientras en los pasillos del hospital la vida seguía su curso, una niña de once años seguía llorando esperando una atención.
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