Un pedacito del corazón del mundo en la Universidad del Magdalena


Un espacio de encuentro entre la sabiduría ancestral y el conocimiento occidental.

Por Roger Urieles, corresponsal del diario EL TIEMPO y director de Entérate en Línea.

Juan Sebastián Mestre Mindiola recuerda con nostalgia las historias que su abuelo le contaba bajo la luz de la luna en la Sierra Nevada de Santa Marta. “Nos hablaba del origen del mundo, del agua, de la montaña y de nuestra responsabilidad con la naturaleza”, dice con un tono reflexivo. Pero hoy, en la ciudad, muchas de esas enseñanzas parecen desvanecerse.

Como estudiante arhuaco en la Universidad del Magdalena, Sebastián ha visto cómo sus compañeros indígenas, al sumergirse en la educación occidental, han perdido parte de su lengua y costumbres. Sin embargo, su esperanza renació el viernes 28 de marzo, cuando la universidad inauguró el aula Kankurwa, un espacio que representa un puente entre dos mundos: el de los saberes ancestrales y el del conocimiento académico.

“Es una oportunidad de rescatar nuestra cultura y tradiciones. Tenemos el compromiso de enseñar nuestros orígenes, tejer una manta y transmitir nuestros conocimientos”, expresa con convicción.

Una universidad intercultural
La Universidad del Magdalena ha venido consolidando una apuesta decidida por la interculturalidad. No se trata solo de brindar educación a los indígenas, sino de crear espacios donde su cosmovisión y saberes ancestrales sean reconocidos y respetados.

El rector Pablo Vera Salazar ha sido un impulsor de este proceso. En el marco de los 500 años de Santa Marta, ha enfatizado la necesidad de exaltar el papel de los pueblos indígenas en la historia de la región. “Ellos estaban aquí mucho antes de que llegaran los conquistadores. Son los verdaderos guardianes de este territorio, y es nuestro deber brindarles espacios donde puedan encontrarse, compartir su conocimiento y fortalecer su identidad”, afirma.

La Kankurwa es mucho más que un aula. Es una casa de pensamiento, un sitio sagrado donde se entreteje la historia, la cultura y el aprendizaje. Allí, los estudiantes y profesores pueden acercarse a las riquezas de la Sierra Nevada sin salir del campus. Pueden escuchar de primera mano lo que significa el poporo, la mochila, la ley de origen y la conexión entre el mundo espiritual y material.

El desafío de no perder la identidad
Sebastián reconoce que la modernidad ha traído consigo un desafío para los jóvenes indígenas que migran a la ciudad en busca de educación. “Se ha perdido incluso el lenguaje nativo. Eso nos preocupa. Pero con este tipo de iniciativas estamos convencidos de que podremos fortalecer nuestras raíces y formarnos sin perder nuestra identidad”, dice con optimismo.

La Universidad del Magdalena no solo ha creado la Kankurwa. También ha entregado una residencia universitaria para estudiantes indígenas, garantizando que tengan un lugar donde vivir mientras cursan sus estudios sin verse obligados a abandonar sus costumbres. Además, se proyecta la inauguración de un mural biocultural de casi un kilómetro de longitud, que retratará la riqueza natural y ancestral de la región.

El rector Vera enfatiza que la universidad está dando un paso significativo al reconocer la riqueza del conocimiento ancestral y conectarlo con el saber occidental. “Este espacio ha sido un reclamo de las comunidades indígenas desde hace mucho tiempo. Necesitaban un sitio donde pudieran encontrarse, reflexionar y atraer a los mamos. No solo es para los arhuacos, sino también para los wayuu, los chimilas, y todas las comunidades indígenas que tienen conexiones profundas en este territorio”, asegura.

Un reencuentro con las raíces
A medida que la ciudad de Santa Marta se acerca a la celebración de sus 500 años, la Universidad del Magdalena propone una conmemoración distinta: una que vaya más allá de la fiesta y la celebración y que invite a la reflexión.

“No podemos seguir viendo a Santa Marta solo como una ciudad colonial e hispana”, dice Vera. “Esta ciudad es el resultado de un encuentro de culturas. No se trata de usar lo indígena como símbolo exótico cuando nos conviene y luego ignorarlo. Se trata de integrarnos, de reconocer que el pasado de esta tierra no comenzó con la llegada de Bastidas, sino mucho antes”.

La Kankurwa es un paso en esa dirección. Un espacio que permite que los jóvenes indígenas encuentren un refugio donde sus costumbres y tradiciones no sean desplazadas por la occidentalización, sino que dialoguen con ella.

Mientras Sebastián recorre la Kankurwa con otros compañeros, sonríe al ver cómo algunos estudiantes no indígenas se acercan con curiosidad. “Es bueno que quieran conocer”, dice. “Porque así como nosotros aprendemos de ellos, ellos también pueden aprender de nosotros”.

Santa Marta no puede seguir siendo una ciudad ajena para sus primeros habitantes. Y la Universidad del Magdalena parece estar decidida a hacer su parte para que eso cambie.


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