Quería pasar su jubilación en la ciudad que lo enamoró, pero un infarto se lo impidió. Vecinos de Taganga recuerdan a Thomas Claus como un hombre amable, sabio y apasionado por el océano.

Santa Marta fue un amor a primera vista para Thomas Claus. Desde su natal Alemania, escuchó historias de una ciudad bañada por el mar Caribe, con playas doradas y un clima cálido. Curioso por naturaleza, comenzó a buscar información en internet y, tras ver videos y fotografías, tomó una decisión definitiva: tenía que conocer aquel paraíso.

Cuando llegó, todo lo que había imaginado se quedó corto. Santa Marta no solo era hermosa, sino mágica, como se lo describieron. Caminó sus calles, recorrió sus playas y, sobre todo, se sintió acogido por su gente. Su plan era claro: con la jubilación a la vuelta de la esquina, había encontrado el lugar perfecto para vivir.

Eligió Taganga como su refugio, un rincón de pescadores con vista al infinito azul del Caribe. Allí arrendó una cabaña sencilla, pero suficiente para la vida tranquila que anhelaba. Durante el día, disfrutaba de la brisa marina y conversaba con los vecinos sobre el mar, la fauna y la vida misma. Como biólogo, tenía un conocimiento profundo sobre los ecosistemas marinos, y aunque su estancia fue breve, dejó enseñanzas valiosas sobre el océano y su biodiversidad.

Pero su destino tenía otros planes. Su ausencia repentina inquietó a quienes ya lo consideraban parte del barrio. Al notar que no lo habían visto en horas, decidieron tocar su puerta. No hubo respuesta. Con la preocupación creciendo, la forzaron y lo encontraron sin vida. Un infarto lo sorprendió en la tranquilidad de su nuevo hogar.

Thomas Claus murió solo, pero no en soledad. En Santa Marta encontró el calor humano que necesitaba y la paz que buscaba. No pudo completar su sueño de hacer de esta ciudad su último hogar, pero sí logró cumplir su deseo más importante: conocer y disfrutar del lugar que había elegido con el corazón