
Su ex jefe tik toker sería el responsable de los acosos en la institución, según policía samario
La denuncia del patrullero Ricardo Andrade destapó un conflicto interno en la Policía Metropolitana de Santa Marta: tanto él como el subintendente Álvaro Peláez quien motivó a la apertura de una investigación disciplinaria en su contra, son creadores de contenido en redes sociales, pero el éxito del primero habría despertado celos que hoy lo tienen en medio de un proceso disciplinario.
Lo que parecía una apuesta moderna por acercar a la Policía a la comunidad a través de las redes sociales terminó convirtiéndose en el centro de una disputa interna donde el ego, la competencia por seguidores y el protagonismo digital han desplazado la verdadera misión institucional.
Desde que el patrullero Ricardo Andrade, más conocido como el “policía samario”, apareció en redes sociales con videos educativos, dramatizaciones y mensajes positivos, su imagen se volvió popular en Santa Marta. Con más de un millón de seguidores, su contenido fresco y cercano conectó con jóvenes y adultos, al punto que fue incorporado por la propia Policía Metropolitana a campañas de comunicación y labor comunitaria.
Pero tras esa notoriedad, algo se quebró al interior del equipo. Andrade comenzó a notar un cambio de trato, restricciones para grabar y finalmente, una investigación disciplinaria iniciada tras la publicación de un video dramatizado sobre prevención de rapto, donde actuaban un menor y su madre, ambos con consentimiento.
El patrullero, entonces, rompió el silencio: denunció persecución y acoso dentro de la institución, y señaló directamente a quien era su superior, el subintendente Álvaro José Peláez Toloza que hasta hace poco fue el jefe de prensa de la Metropolitana.
Lo que ha generado sorpresa no es solo el conflicto, sino la figura del señalado: Peláez también es creador de contenido. En TikTok, donde suma más de 90 mil seguidores, se hace llamar el “policía docente”, y graba de forma constante videos en los que dramatiza situaciones y entrega mensajes educativos. Es decir, hace lo mismo por lo que hoy se sanciona a Andrade.

El escenario, entonces, se vuelve más complejo: dos policías que tenían roles similares en la oficina de comunicaciones, ambos con presencia en redes, pero con un detalle que marca la diferencia: el éxito abrumador del patrullero samario frente al crecimiento moderado de su superior. Y es ahí donde muchos empiezan a leer entre líneas.
¿Se trata de una violación al reglamento, o de un conflicto alimentado por los celos profesionales? La denuncia de Andrade plantea esta posibilidad, al señalar que su salida del equipo de comunicaciones y las trabas para continuar su trabajo en redes no comenzaron por razones técnicas, sino a partir de su creciente popularidad.
Las comparaciones, inevitables, también han llegado a las redes. Mientras Andrade ha construido una comunidad cercana y espontánea, Peláez ha apostado por un enfoque más institucional, pero también busca visibilidad y reconocimiento. La disputa parece ir más allá del contenido.
Este choque de egos digitales plantea una pregunta: ¿cómo regula la institución el uso de redes sociales entre sus funcionarios?
En medio de este panorama, el patrullero samario ha reiterado que no es el traslado lo que le incomoda, sino la manera en que —según él— se ha orquestado un ambiente para aislarlo, censurarlo y empujarlo a renunciar.
Mientras tanto, la comunidad samaria, que alguna vez encontró en estos contenidos una nueva forma de acercarse a la Policía, observa con desconcierto cómo la herramienta que debía humanizar a la institución, hoy pone de manifiesto las rivalidades internas.
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