Este pequeño municipio de Magdalena, conocido por su lucha diaria contra la pobreza y el rezago social, se prepara para celebrar sus fiestas patronales con una nómina de artistas que parece sacada de un festival de lujo.
Chibolo, un pequeño municipio del Magdalena, donde sus habitantes enfrentan a diario problemas de agua potable, deficiencia en servicios de salud y limitadas oportunidades de empleo, se convertirá, al menos por unos días, en el escenario de una fiesta que muchos califican como extravagante.
En un acto que parece desafiar las advertencias de la Contraloría sobre el uso prudente de los recursos, el alcalde Alberto Escobar Mora ha decidido lanzar la casa por la ventana, contratando una alineación de artistas de primer nivel para las fiestas patronales, cuyas tarifas superan por mucho las posibilidades de una comunidad como esta.
Encabezando la cartelera está Silvestre Dangond, uno de los artistas más cotizados de la música vallenata y quien podría estar cobrando hasta 700 millones de pesos por su actuación. Le siguen nombres como el Churo Díaz, quien también se encuentra en auge por su nuevo lanzamiento y cobra una tarifa considerable por sus presentaciones, así como Jorge Celedón, Rafa Pérez, Peter Manjarrés y el legendario Poncho Zuleta, quienes suman al espectáculo una esencia musical de prestigio y lujo. El evento tendrá lugar del 21 al 26 de noviembre, siete días de pura fiesta.
Los chiboleros no tardaron en expresar su asombro. “Nunca pensé ver a Silvestre aquí, esto es como un sueño”, dice un residente. Sin embargo, el precio de ese sueño podría tener consecuencias.
Con el gasto en esta nómina de artistas, los rumores sobre un derroche millonario en recursos públicos han generado desconcierto, mientras algunos habitantes se preguntan si esos fondos podrían haberse utilizado en proyectos más urgentes para el bienestar de la comunidad.
La organización ha justificado esta inversión, argumentando que la fiesta traerá ingresos al comercio local, atrayendo a visitantes de otros pueblos vecinos que consumirán y gastarán en el municipio.
Pero para la Contraloría del Magdalena, la opulencia de estos gastos en un municipio con serias necesidades resulta, cuanto menos, cuestionable.
Con promesas de un control estricto, la Contraloría busca asegurarse de que el derroche no termine siendo una carga para una población que, después de la parranda, seguirá enfrentando sus viejas carencias.
A medida que los días de celebración transcurren, Chibolo se convierte en el centro de atención, no solo por el espectáculo musical de primera categoría, sino también por el eco de una pregunta en el aire: ¿Vale la pena un derroche de millones en una fiesta cuando las necesidades diarias de la comunidad aún esperan ser resueltas?
Lo único seguro en Chibolo es que cuando el último acorde de la parranda termine, las luces se apaguen y los artistas se despidan, lo que quedará será el eco de una fiesta que, como una estrella fugaz, brilló intensamente, solo para dejar a su paso el mismo paisaje de siempre.