Se metió a evitar una pelea en billar y recibió una golpiza que lo mató 


El supervisor de 44 años falleció tras ser golpeado brutalmente en una riña que no era suya. Solo intentó calmar a los involucrados. Estaba en una partida de billar con familiares de su exmujer cuando todo se salió de control. Murió en la UCI del hospital Julio Méndez Barreneche.

A Gleimar Barraza todos lo describen igual: «un bacán». Tenía 44 años, pero se comportaba como un pelao, siempre sonriente, servicial, y de esos trabajadores que disfrutan lo que hacen y que se ganan el cariño hasta del más serio. Así lo recuerdan sus compañeros del supermercado Olimpica, donde trabajaba como supervisor de control.

Este lunes por la noche, la noticia de su muerte cayó como un baldado de agua fría. Gleimar no era de problemas, tampoco de peleas. Por eso, cuesta creer que haya muerto tras una riña en un billar. Pero al conocer la historia completa, todo cobra sentido, aunque no consuelo.

El domingo de Ramos, Gleimar estaba jugando billar en un negocio ubicado en la avenida del Río. Lo acompañaban los hermanos de su exmujer. Era una partida más hasta que una discusión encendió los ánimos. Nadie imaginó que esa noche terminaría en tragedia.

Cuando estalló la pelea, Gleimar no se hizo a un lado. Tampoco se unió a la violencia. Hizo lo que siempre hacía: intentó ayudar. Buscó calmar a los involucrados, mediar, detener la confrontación. Pero en ese intento terminó recibiendo golpes, patadas y hasta un fuerte impacto con un taco de billar en la cabeza y en las costillas. 

Hospital lo atendió y dio de alta 

Gravemente herido, fue trasladado al hospital Julio Méndez Barreneche. Allí fue atendido y, los médicos al no detectarle aparentemente lesiones de extrema gravedad, decidieron darle de alta. 

Pero su estado empeoró. Vómitos, fiebre alta y signos de alarma alertaron a su familia, que lo llevó de nuevo al hospital. Esta vez no salió. Fue ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos, donde luchó por su vida hasta este lunes en la noche, cuando se confirmó su fallecimiento.

Gleimar deja una hija pequeña, su adoración, su motor.

Hoy, quienes lo conocieron no entienden por qué el destino fue tan injusto con él. Tal vez porque los buenos siempre se van demasiado pronto. O tal vez porque en medio del caos, aún hay quienes creen que intervenir puede cambiar el rumbo de las cosas. Gleimar lo intentó. Pagó con su vida.


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