
Santa Marta atrapada en la guerra silenciosa que devora a su juventud
Cada vez son más los jóvenes atrapados en el ciclo del crimen en Santa Marta. La pobreza y la falta de oportunidades los convierten en presas fáciles de grupos criminales que los utilizan como informantes, traficantes y sicarios.
Por Roger Urieles/ Director de noticias Enterate en Línea y corresponsal de El Tiempo
El eco de los disparos ha dejado de ser un sonido esporádico en Santa Marta. En sus calles y barrios, la violencia se ha convertido en una rutina sombría, en una sombra que acecha a los jóvenes antes de que puedan soñar con otro destino.
La ciudad, conocida por sus playas y su historia, ahora se enfrenta a un conflicto que no distingue entre víctimas y verdugos.
Con 206 homicidios registrados en 2024 y 20 más en los primeros meses de 2025, el saldo de esta guerra es cada vez más alto. No son solo cifras frías: detrás de cada número hay historias de vidas truncadas, familias destrozadas y una juventud atrapada en un espiral sin retorno.

El precio de una vida joven
Los adolescentes y jóvenes son las piezas más vulnerables en este tablero de guerra entre las Autodefensas Conquistadores de la Sierra (Pachencas) y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Clan del Golfo).
No solo son víctimas colaterales de esta disputa territorial, sino que también son el recurso humano que estos grupos necesitan para fortalecer sus estructuras criminales.
Lerber Dimas, defensor de derechos humanos, advierte sobre una tendencia preocupante: el reclutamiento de menores ha aumentado significativamente.
“Las ofertas que les hacen estos grupos parecen irresistibles para ellos, aunque impliquen un riesgo mortal”, señala.
La estrategia de captación es precisa. Los reclutadores se infiltran en barrios donde la pobreza deja pocas opciones y seducen a los adolescentes con promesas de dinero rápido y estatus.
«Empiezan como informantes o transportadores de droga, ganando menos de un salario mínimo. Luego, los más leales reciben entrenamiento en manejo de armas y, si sobreviven, terminan convertidos en sicarios», explica Dimas.
Para muchos, el fin es predecible: un ajuste de cuentas, un cuerpo abandonado con un letrero que dice “sapo” o “traidor”, y una familia que llora en silencio.

Los barrios que la guerra reclama
Las organizaciones criminales tienen mapas bien trazados. Saben dónde encontrar jóvenes en situación de vulnerabilidad y cuáles comunidades están desprotegidas.
Según Dimas, los sectores más afectados son Ondas del Caribe, Chimila, Los Fundadores, Ciudad Equidad y barrios cercanos a la Vía Alterna. También, municipios de la zona bananera como Ciénaga, Fundación y Aracataca, donde la presencia del Estado es mínima y la criminalidad se impone como única alternativa.
Los habitantes de estas zonas son testigos de una transformación dolorosa. «Son muchachos que vimos crecer. Nunca imaginamos que terminarían así», lamenta una líder comunal de Ondas del Caribe.
Los menores de 14 años ya están inmersos en el sistema criminal. “Los inician como campaneros, vigilando y reportando movimientos sospechosos en su barrio”, explica Dimas.
El peligro es inminente: aunque no porten un arma, si los acusan de colaborar con un grupo contrario, los asesinan sin piedad.
El tiempo los convierte en conductores de motocicletas, en traficantes, en sicarios. Su vida empieza a valer lo que dicte una orden de venganza. Las recompensas por un asesinato varían: $500.000 por eliminar a un miembro de bajo rango del grupo rival y sumas mucho más altas por objetivos estratégicos.

¿Hay esperanza para Santa Marta?
El alcalde Carlos Pinedo Cuello reconoce que la crisis de seguridad ha alcanzado un punto crítico. Sin embargo, insiste en que no es un problema con solución inmediata.
“Este conflicto lleva años y nos toca enfrentarlo con una ciudad que encontramos sin infraestructura para combatirlo”, declara.
Como respuesta, su administración ha planteado medidas como el aumento de cámaras de vigilancia, la dotación de motocicletas para la policía y la ejecución de operativos en zonas de alto riesgo.
Además, propone programas sociales para alejar a los jóvenes de la criminalidad a través de la educación y la empleabilidad.
Pero los expertos advierten que estas acciones deben ser urgentes y efectivas. “La represión no es suficiente. Si los jóvenes no ven un futuro fuera del crimen, siempre habrá alguien dispuesto a tomar un arma”, concluye un analista en temas de violencia.
En los barrios más golpeados por la guerra silenciosa, las balas siguen escribiendo el destino de una generación entera. En Santa Marta, la violencia ya no solo mata: también moldea el futuro de los que hoy, apenas niños, son los sicarios del mañana.
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