
Salió por la cena… y no volvió: el violento crimen de empleada doméstica en tienda de Santa Marta
La mujer fue asesinada sin explicación aparente mientras compraba en una tienda del barrio. Su historia refleja el rostro más cruel de la violencia en la ciudad.
En un principio, entre el caos, el alboroto y los gritos desgarrados, nadie supo con certeza de quién se trataba. El rostro estaba cubierto de sangre por los impactos de bala, dos disparos certeros en la cabeza, ejecutados por la espalda. No hubo advertencia, no hubo palabras. Solo la fría irrupción de la muerte en una tienda de barrio en el sector de Altos Delicias, al nororiente de Santa Marta, la noche del miércoles.
Minutos después, cuando los vecinos comenzaron a llegar con la esperanza de que no fuera alguien conocido, el desconcierto se convirtió en certeza. Era Miladis Echavarría de 52 años de edad. Una mujer sencilla, trabajadora, querida por su comunidad. Se ganaba la vida como empleada doméstica y esa noche, como tantas otras, salió de su jornada laboral y pasó por la tienda para comprar unos ingredientes que utilizaría en la preparación de la cena de su hogar. No alcanzó a llegar a casa.
La muerte de Miladis, además de estremecer a quienes la conocieron, volvió a llenar de preguntas a una ciudad que parece acostumbrarse al horror. ¿Por qué alguien querría matarla? ¿Qué pudo haber hecho? ¿Fue testigo de algo que no debía ver? ¿Cometió algún error? Nadie lo sabe. Pero lo que sí se sabe es que nadie merece morir así.
En Santa Marta, se repite una frase con amargura: “Aquí no matan por nada”. Pero ¿qué significa ese “algo” que condena a muerte incluso a personas que, como Miladis, apenas luchaban por sobrevivir con dignidad? ¿Qué lógica rige en esta guerra que, según las autoridades, libran Los Pachencas y el Clan del Golfo? ¿En qué momento se cruzó la línea en que cualquier error —o sospecha de error— se paga con la vida?
La ciudad aún no sale del estupor por el asesinato y descuartizamiento del italiano Alessandro Coatti, un hombre de alto perfil profesional y académico. Hoy, la víctima es una mujer de origen humilde, que vivía al margen del conflicto, sin poder ni escudos. La violencia, como se ve, no discrimina.
Miladis no tenía enemigos conocidos. “Era una mujer amable, servicial, nunca se metía con nadie”, aseguran quienes compartieron con ella su cotidianidad. Por eso, su muerte causa tanto desconcierto. El sicario no le dio tiempo de mirar atrás. Ni de correr. Llegó, disparó y huyó en una moto. Un crimen rápido, silencioso, eficaz. Como si se tratara de borrar una vida con la misma facilidad con que se borra un número de una lista.
Autoridades investigan el crimen
La Fiscalía y la Policía aseguran que ya adelantan investigaciones. Pero la verdad es que en Santa Marta cada muerte queda flotando en el aire como una pregunta sin respuesta. Cada crimen parece perderse entre los expedientes sin resolver. Y mientras tanto, los ciudadanos siguen caminando con miedo, sintiendo que en cualquier momento les puede tocar a ellos.
La historia de Miladis no puede ser una más. Porque detrás de su nombre, hay una familia destruida, hay una comunidad indignada, hay una ciudad que no quiere seguir normalizando la barbarie.
En Altos Delicias ya no se habla solo del precio del arroz o de la carne. Ahora se habla del miedo. Del sicario que llegó sin mirar a quién tenía delante. De los ojos de Miladis que ya no podrán mirar más. De una violencia que se ha vuelto cotidiana, pero que nunca debería ser normal.
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