El policía oriundo de Santa Marta, murió mientras cumplía una misión policial en el sur de Bolívar. Un camión lo embistió de frente y lo dejó gravemente herido. Murió antes de llegar al hospital.

Miguel Rebolledo salió la mañana del jueves a cumplir su turno. No volvió.

Era patrullero de la Policía Nacional, tenía 29 años y estaba adscrito a la estación de Magangué. Viajaba junto a otro uniformado en una motocicleta institucional rumbo al municipio de Hatillo de Loba, en una operación rutinaria.

En la vía que comunica a Mompox con Margarita, a la altura del corregimiento Botón de Leyva, un camión de carga pesada se cruzó de frente. Invadió el carril. No hubo tiempo de esquivar. El choque fue directo y brutal.

Miguel cayó al suelo con lesiones graves, especialmente en la pelvis. Gritaba del dolor. Intentaron salvarlo. Una ambulancia lo trasladó al hospital San Juan de Dios de Mompox, pero murió en el trayecto. Su cuerpo no resistió.

Su compañero sobrevivió, pero sigue hospitalizado con pronóstico reservado.

El conductor del camión huyó. Hasta ahora, ni rastro. No se sabe si iba con exceso de velocidad, si se durmió o si simplemente fue negligente. Lo cierto es que dejó a un policía muerto en la carretera y escapó.

La Dirección de Tránsito y Transporte de la Policía Nacional asumió la investigación. Prometieron esclarecer los hechos y capturar al responsable, pero para la familia de Miguel eso no devolverá a su hijo.

Miguel era samario. Creció en Santa Marta, soñaba con ascender en la institución, ayudar a su madre, formar una familia. En cambio, terminó como estadística: otro policía muerto en cumplimiento del deber.

Hoy lo lloran en su ciudad. Su nombre será recordado en las filas de la Policía. Lo mató la imprudencia, lo mató la desprotección, lo mató una carretera sin garantías para quienes juran proteger.

Y lo peor: lo mataron mientras trabajaba. Porque ni siquiera tuvo el derecho a llegar vivo a su destino.