En Villa Betel dos hombres en moto atacaron a un soldador propinándole por lo menos tres tiros en la cabeza. Su padre en el lugar también recibió un disparo que lo dejó herido.
“¿Por qué me pasa esto otra vez a mí?”, gritaba desconsolada una mujer mientras abrazaba el cuerpo sin vida de su marido, cubierto de sangre, tendido sobre el asfalto frente a su casa.
Era la tarde del lunes santo, pero la calma del barrio Villa Betel 2 fue destrozada por el estruendo de las balas y el eco de un dolor que parecía no tener fin.
Eran cerca de las seis de la tarde cuando la tragedia se desató. Dos hombres en motocicleta llegaron con la frialdad que caracteriza a los sicarios. Se detuvieron frente a una vivienda y descargaron sus armas sin contemplación sobre Jesús Daniel Nieto Orozco, un joven de 25 años, soldador de oficio y conocido por su trato amable en el barrio. No fue un solo disparo: fueron tantos, que su cuerpo quedó irreconocible. Uno de los proyectiles alcanzó también a su padre, Manuel Nieto, quien presenció impotente el asesinato de su hijo.
Mientras los sicarios huían, las puertas de la casa se abrieron de par en par. Familiares salieron corriendo, envueltos en gritos, lágrimas y desesperación. A Jesús ya no había forma de salvarlo. Su mujer se arrojó sobre él, lo abrazó, lo besó, le suplicó que no se fuera… pero ya no estaba. A Manuel lograron subirlo en un transporte personal y llevarlo a un centro asistencial. Él sobrevivió. Jesús no.
Vecinos aún no salen del asombro. Muchos lo conocían, lo saludaban con confianza. “Era buena gente, no se metía con nadie”, repiten entre murmullos. Sin embargo, en algún momento algo cambió. Algo sucedió que lo puso en la mira de personas peligrosas, de esas que no dan segundas oportunidades, de esas que ejecutan sentencias sin necesidad de jueces ni juicios.
Esta no era la primera vez que el dolor tocaba a esa familia. Por eso el llanto de la mujer no solo era por lo ocurrido, sino por lo vivido antes, por las heridas abiertas que la violencia nunca permitió cerrar. Hace dos años los violentos le arrebataron un hermano, esta vez fue a esposo. Otra vez, el mismo grito: “¿Por qué a mí?”.
Mientras en muchas casas se vivía el recogimiento de la Semana Santa, en Villa Betel 2 se escribía otra página más de sangre en la historia reciente de Santa Marta. Una ciudad donde las balas siguen arrebatando sueños, familias y vidas, sin que nadie pueda explicarle a una madre por qué el destino ha sido tan cruel con ella… otra vez.