Una madre denunció que su hija estaba siendo golpeada en su casa en Timayui, en Santa Marta. La mujer m negó todo, pero los vecinos aseguran que no es la primera vez que se oyen gritos y golpes. La Policía y la Fiscalía intentan descubrir la verdad antes de irse… y dejarla sola.

La tensión estalló este miércoles al final de la tarde en una calle del barrio Timayui. Una llamada desesperada alertó a la Policía: una mujer aseguraba que su hija estaba siendo brutalmente golpeada por su pareja, Edwin Villamil.

Los primeros en llegar fueron los vecinos. Al escuchar los gritos, corrieron hasta la vivienda. Pero la pareja ya se había encerrado. Nadie respondía. Algunos pensaron lo peor: que el hombre la tenía sometida, que algo grave podía estar pasando tras esa puerta.

Las patrullas llegaron poco después. Y con ellas, los agentes del CTI de la Fiscalía. La calle quedó acordonada, mientras desde adentro no se escuchaba más que un silencio espeso. Minutos después, la mujer finalmente salió.

Aseguró que nadie la había agredido. Que todo era una mentira de su madre. Que Edwin no le había puesto una mano encima. Que la querían separar de él y no lo iban a lograr.

La respuesta dejó a todos fríos. No tenía moretones aparentes, pero tampoco tenía paz. Los vecinos no le creen. Dicen que los gritos son frecuentes. Que se oyen portazos, insultos, ruido de golpes. Que ella calla por miedo, no por amor.

Mientras tanto, Edwin Villamil se paseaba por la casa en bóxer, tranquilo, como si no tuviera nada que explicar. Seguro de que su pareja no lo va a denunciar. Sabe que sin denuncia, no hay cárcel. Sin testimonio, no hay verdad.

La Policía no puede retenerlo. La Fiscalía no puede actuar sin pruebas. Si ella no habla, el operativo se diluye. Y en cuestión de horas, todos se van a ir. Y ella se quedará.

Con él.

Porque en este país, muchas veces el silencio protege al agresor. Y el sistema, aunque lo vea venir, no puede hacer nada hasta que ya es demasiado tarde.