La lideresa social de 24 años denunció que la querían matar, pero su llamado fue ignorado. Finalmente, los violentos aprovecharon su indefensión para silenciarla.

El destino de Seneidy Martínez ya estaba escrito mucho antes de que alguien encontrara su cuerpo sin vida en el suelo de Achí, Bolívar.

Su historia es la de tantas voces valientes que se atreven a desafiar el miedo y terminan pagando con su vida.

Tenía solo 24 años, pero su lucha por la paz y los derechos de su comunidad la convirtió en blanco de amenazas que, como un presagio inevitable, acabaron cumpliéndose.

No se cansó de alertar sobre el peligro que corría. Gritó, denunció y buscó protección. Pero su clamor no encontró eco en las instituciones, en las promesas de seguridad ni en los discursos que condenan la violencia cuando ya es demasiado tarde.

Días antes de su asesinato, sobrevivió a un atentado en Cartagena, en el que otro hombre perdió la vida. Aún con el miedo persiguiéndola, siguió adelante, creyendo que su labor como líder social valía más que cualquier amenaza.

Pero los violentos no olvidan. La silenciaron con un tiro de gracia, un sello de impunidad que se repite en los territorios donde la vida de los líderes sociales pende de un hilo.

Su cadáver fue hallado en Achí, un municipio que llora su muerte pero que también teme por los que siguen en pie, desprotegidos, expuestos al mismo destino.

Las sospechas apuntan al Ejército Gaitanista de Colombia, un grupo armado con control en la región. Sin embargo, más allá de los responsables materiales, queda en evidencia la ausencia del Estado, la indiferencia de un sistema que solo reacciona cuando la tragedia ya es irreversible.

La muerte de Seneidy no es solo una estadística más en la creciente lista de líderes asesinados en Colombia. Es una advertencia cruel para quienes aún se atreven a alzar la voz. Es la prueba de que, en esta tierra, la justicia llega tarde y el silencio se impone a fuerza de miedo y pólvora.