Patrullero samario sobrevive a explosión y agradece a Dios: “Me dio una nueva oportunidad”


El uniformado riundo de Santa Marta, sufrió graves afectaciones en el rostro durante un procedimiento en Pasto. Hoy dice que Dios le dio una segunda oportunidad.

Carlos Alcides Robles López salió de su casa esa mañana con el uniforme puesto a cumplir su deber. Era otro día de trabajo, otro servicio para atender, esta vez una riña familiar en el barrio San Carlos de Pasto, Nariño, le cambió la vida.

En ese lugar una explosión lo lanzó contra la pared, el fuego le alcanzó la piel y, por un momento, pensó que ese sería su último aliento.

El operativo parecía rutinario. Una llamada alertaba sobre una discusión violenta dentro de una vivienda. Carlos llegó con otros patrulleros. Tocaron, pidieron abrir la puerta. Nada. Insistieron. Y cuando intentaron forzar el ingreso, un cilindro de gas estalló con fuerza brutal.

El estruendo se sintió en todo el sector. Robles cayó al piso envuelto en llamas, con el rostro y las manos deshechos por el fuego. La escena fue caótica. Compañeros desesperados, vecinos gritando, ambulancias urgentes.

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Él apenas alcanzaba a entender lo que pasaba. El dolor lo nublaba todo. “Solo le pedí a Dios que me diera una nueva oportunidad”, recuerda hoy.

Las quemaduras fueron de segundo y tercer grado. Lo llevaron de inmediato a una clínica. Luego vinieron los días más largos de su vida: cirugías, tratamientos, vendajes que dolían más que la misma piel herida. En esa cama, solo, inmóvil, con el rostro vendado y las manos colgadas entre tubos, se aferró a lo único que no le dolía: la fe.

Desde el hospital, Carlos hablaba poco. Oraba mucho. Cada palabra era un pedido de fuerza. Cada lágrima, una forma de seguir respirando. Su familia, que viajó desde Santa Marta, no lo dejó solo. Estaban ahí cuando despertaba, cuando lloraba, cuando pensaba rendirse.

Dios nunca me soltó de su mano”, dice con firmeza. Las cicatrices aún están ahí, pero ya no lo avergüenzan. Ahora son una especie de medalla. “Estuve cerca de morir, pero sigo aquí”, afirma con una voz que mezcla gratitud y resistencia.

Hoy, meses después de la explosión, Carlos Alcides Robles López continúa su recuperación. Ha aprendido a volver a mover los dedos, a mirarse al espejo sin temor, a abrazar a su hijo sin miedo a que el dolor lo doblegue. Dice que su cuerpo cambió, pero su misión no.

Desde sus redes sociales ha compartido su historia, no para buscar lástima, sino para agradecer. A los médicos, a los colegas que no lo dejaron solo, a los desconocidos que oraron por él. “Cuando todo parecía perdido, las oraciones me sostuvieron”, escribió en una publicación que se hizo viral entre uniformados de todo el país.


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