Niños sin clases, cosechas perdidas y enfermos en riesgo: el drama por el mal estado de las vías rurales


El invierno volvió a poner en jaque la movilidad rural. En municipios como Chibolo y Pivijay, los habitantes denuncian que el mal estado de las vías impide el traslado de alimentos, medicamentos y hasta de los niños a sus escuelas. Aunque la Gobernación avanza en algunos proyectos de mejoramiento, la comunidad insiste en que los esfuerzos no alcanzan y que la vida en el campo se está volviendo insostenible.

Las lluvias que azotan al Magdalena en las últimas semanas han dejado en evidencia una vieja herida: las vías terciarias que comunican a los campesinos con los cascos urbanos están convertidas en un lodazal.

Tramos enteros se vuelven intransitables, y para quienes dependen de vender sus cosechas o recibir insumos médicos, cada aguacero significa un nuevo aislamiento.

En Chibolo, por ejemplo, los campesinos cuentan que mover un bulto de yuca hacia el pueblo ahora tarda el doble o el triple de tiempo. “El carro no entra, nos toca sacar la carga a lomo de burro, y cuando llueve ni los animales quieren pasar”, relató un agricultor de la zona.

La situación no es distinta en Pivijay, donde el drama se repite con los niños. Padres de familia aseguran que en días de lluvia simplemente es imposible llevarlos al colegio. “La trocha se vuelve un río, y los buses escolares se quedan atascados. Hay días en que mis hijos no pueden ir a estudiar”, señaló con impotencia una madre.

La comunidad reconoce que la Gobernación ha hecho inversiones en algunos corredores rurales y destacan los avances en el tramo que conecta Apure con Chibolo. Sin embargo, para los habitantes del resto del territorio, este esfuerzo se queda corto. “No podemos decir que no hacen nada, pero con una sola vía no nos alcanza. Aquí todos necesitamos poder movernos”, expresó otro campesino.

El problema trasciende la movilidad. En las veredas, los líderes comunales alertan que el retraso en la llegada de medicamentos ya ha puesto en riesgo a enfermos crónicos, y que los productos agrícolas empiezan a perderse por no poder salir a tiempo al mercado. “Es nuestra vida la que se está viendo afectada, no solo la carretera”, reclamó un poblador.

En redes sociales, algunos usuarios han hecho llamados a que el compromiso político se traduzca en soluciones sostenibles. “El pueblo necesita más compromiso y menos promesas”, se lee en los mensajes que circulan entre los habitantes.

Mientras tanto, los campesinos del Magdalena siguen atrapados en el barro, esperando que las inversiones lleguen también a sus caminos, porque de esas vías depende que la comida llegue a la mesa, que los niños no pierdan clase y que la salud no se quede varada en medio de la trocha.


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