Niños, mujeres y trabajadores: las víctimas colaterales del narco en Santa Marta


La capital del Magdalena vive con miedo ante una guerra sin cuartel entre las Autodefensas Conquistadores de la Sierra y el Clan del Golfo. Los ciudadanos de bien, sin vínculo alguno con estos grupos, están quedando en medio de los ataques armados, siendo víctimas colaterales de una violencia que no da tregua.

En Santa Marta, la guerra del narcotráfico ya no se libra en lo oculto. Se pelea en calles concurridas, en esquinas y parques con niños jugando, en semáforos donde limpia vidrios intentan ganarse la vida. La ciudad vive atrapada entre dos fuegos: las balas de las Autodefensas Conquistadores de la Sierra y las del Clan del Golfo.

En lo que va del año, la violencia ha dejado una estela de sangre y miedo. De acuerdo con cifras de las autoridades, más del 80 por ciento de los homicidios con arma de fuego están relacionados con ajustes de cuentas entre estas dos estructuras criminales. Pero detrás de esa cifra hay una verdad más dura: los que no tienen cuentas pendientes, también están siendo afectados.

Solo entre mayo y el inicio de junio, cinco personas inocentes han sido alcanzadas por las balas de esta guerra. Cuatro adultos y un niño. Vidas marcadas por un conflicto que no pidieron ni entienden.

La escena se repite con dolorosa frecuencia. La semana pasada, sicarios en moto llegaron a la avenida del Libertador. Buscaban a un limpia vidrios, según los informes, por asuntos ligados al microtráfico. Le dispararon sin piedad. Pero las balas no fueron solo para él. En medio del ataque, una mujer y dos hombres que transitaban por el lugar también resultaron heridos. No sabían que estaban en el lugar equivocado. No sabían que solo por eso podían morir. El mismo mes una mujer en María Eugenia también fue impactado en medio de un atentado criminal.

Peor fue lo que ocurrió este lunes festivo. En el barrio Pescaíto, una niña de nueve años jugaba en la sala de su casa. Reía. Soñaba. Su familia nunca imaginó que su hogar se convertiría en escenario de una ejecución. Un sicario del Clan del Golfo, recién salido de prisión, fue baleado en plena calle. En medio del tiroteo, una bala atravesó la ventana. La pequeña cayó herida. Ahora lucha por su vida en una unidad de cuidados intensivos.

Ciudadanos entre el fuego cruzado
La ciudad está aterrada. Caminar por una avenida, sentarse en un parque o simplemente mirar por la ventana se ha convertido en un acto de riesgo. La defensora de derechos humanos, Norma Vera, alza la voz ante lo que ella misma llama una crisis desbordada:
—Lo que pasa en Santa Marta es grave y necesita una atención especial de las autoridades. La intervención no debe limitarse a puestos de control y requisas. Hay que hacer más inteligencia, prevención y desarticulación efectiva de estos grupos —insiste—. Pero también trabajarse en acciones que eviten el reclutamiento de más jóvenes que se convierten en las siguientes víctimas de la criminalida

Porque eso también pasa. En los barrios más vulnerables, jóvenes sin oportunidades están siendo seducidos por el dinero fácil del narcotráfico. Se convierten en sicarios, en “campaneros”, en transportadores. Muchos de ellos no llegan a los 20 años. Muchos de ellos tampoco salen vivos del primer encargo.

Mientras tanto, los grupos armados siguen cumpliendo sus órdenes: acabarse entre sí, a cualquier hora, en cualquier lugar, sin importar quién esté alrededor. Y mientras lo hacen, ciudadanos que solo quieren vivir en paz terminan muertos o con vidas truncadas.

Santa Marta ya no solo teme a los delincuentes. Teme a la hora, al sitio, al azar. Teme que la próxima bala no sea para el objetivo, sino para uno de los suyos.


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