
Niño de 10 años se graduó y fue al cementerio con la toga y diploma a celebrar con su mamá fallecida
El menor salió de la ceremonia directo al cementerio San Rafael, en Fundación. No buscó fiesta, comida ni fotos. Buscó la tumba de su madre para compartirle el triunfo que ya no pudo ver. El gesto estremeció a todo el Magdalena.
El día de su grado, mientras los demás niños salían a celebrar, Abraham Benítez, de 10 años, hizo algo que nadie esperaba: en vez de irse a comer, tomarse fotos o correr con su diploma, caminó directo al cementerio. Llevaba el certificado en la mano y una idea clara en la cabeza: mostrárselo a su mamá fallecida.
Llegó al cementerio San Rafael, en Fundación. Buscó la tumba de Anyeli Benítez Gómez, su madre, muerta hace tres años, y la de su tío Asdrúbal, quien también fue fundamental en su vida y falleció en 2024. Se paró frente a las lápidas, levantó el diploma y se quedó así unos segundos. No habló. No lloró. Solo cumplió con lo que para él era lo correcto: presentarle su logro a quienes no pudieron acompañarlo.
Ese gesto se volvió una bofetada de realidad para todo el municipio. La familia contó lo ocurrido y la imagen del niño frente a la tumba corrió por Fundación y por todo el Magdalena. Nadie salió indemne: un niño celebrando su grado en el cementerio no es una postal que se olvida.
Desde la muerte de su mamá, Abraham ha cargado silenciosamente con un duelo que a su edad no se debería conocer. Ella era quien le celebraba cada avance escolar. La partida de su tío profundizó aún más ese dolor. Ahora vive con una tía que lo ha protegido, lo educa, lo acompaña, pero que sabe que en días importantes las heridas se notan más.
Ese miércoles, cuando muchos niños estaban en almuerzos especiales o recibiendo regalos, Abraham estaba frente a dos tumbas cumpliendo lo que él siente que aún debe: no dejar atrás a quienes fueron su sostén.
La escena resume una verdad incómoda: hay niños que celebran cargando ausencias. Y este, con apenas 10 años, encontró su manera de honrarlas.
Abraham terminó el día igual que lo empezó: con su diploma en la mano. Pero ahora tenía la certeza de haberlo compartido con su mamá y su tío. Fue su fiesta, su homenaje y su manera de seguir adelante con ellos, aunque la vida ya se los haya arrebatado.
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El Magdalena aún habla de él. Y lo hará por un buen rato: no todos los días un niño enseña que a veces el primer triunfo escolar no se celebra en casa… sino en una tumba.
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