Hoy, en lugar de planear su graduación, su familia organiza un funeral. En lugar de risas y orgullo, hay lágrimas y un duelo que nadie debería vivir.
El aula de quinto grado del colegio de Nataly Pacheco Africano estaba lista para la ceremonia de grados. En pocos días, los estudiantes recibirían sus diplomas, rodeados de aplausos, sonrisas y promesas de un futuro brillante. Pero en medio de los pupitres vacíos, habrá un espacio que nadie podrá llenar: el de Nataly, la niña de 11 años que soñaba con su grado y cuya vida fue truncada por la violencia.
Nataly estaba emocionada. Desde semanas atrás hablaba sin parar de su graduación. Para ella, no era solo el cierre de un año escolar; era un logro, un paso hacia sus sueños. Su familia recuerda cómo planeaba cada detalle del día, desde la ropa que usaría hasta el orgullo que sentiría al recibir su diploma frente a sus padres y hermanos.
“Siempre fue una niña alegre, brillante. Se esforzó tanto este año, y estaba feliz de ver su esfuerzo recompensado”, dice un familiar entre sollozos.
La tarde del viernes, Nataly salió del colegio con la ilusión de siempre. Caminaba hacia su casa en el barrio Ana Polo de Vargas en el municipio de El Retén, donde la esperaba un almuerzo familiar. Pero no llegó. En el trayecto, su vida quedó atrapada en un acto de violencia que nunca debió tocarla.
Dos sicarios irrumpieron en el barrio con armas en mano, buscando a Katherine Pertuz, una mujer que cayó bajo sus disparos. En medio del caos, Nataly intentó correr, pero una bala perdida la alcanzó. Cayó al suelo con la misma inocencia que la había caracterizado siempre, sin entender qué había pasado.
Por más que intentaron auxiliarla, no hubo tiempo para salvarla. En cuestión de segundos, la violencia había apagado la vida de una niña que solo pensaba en su graduación el 4 de diciembre y en el futuro que tenía por delante.
El diploma que Nataly nunca recibirá ahora es símbolo de una promesa rota, de sueños arrebatados. La ceremonia, que debía ser un momento de alegría, estará marcada por el vacío que dejó su ausencia. Sus compañeros, aún incrédulos, no dejan de preguntar por qué la vida de Nataly terminó de manera tan abrupta.
Solidaridad con la familia de la menor
Las redes sociales se llenaron de mensajes de solidaridad y dolor por una familia destrozada. “Es como una pesadilla de la que no podemos despertar. Ella tenía tanto por vivir”, dice una tía, aferrándose a los recuerdos de una niña que iluminaba su hogar con su sonrisa.
Hoy, en lugar de planear su graduación, su familia organiza un funeral. En lugar de risas y orgullo, hay lágrimas y un duelo que nadie debería vivir. La violencia se llevó más que una vida; apagó un futuro lleno de posibilidades, un sueño que nunca verá la luz.
Nataly, la niña que soñaba con su diploma, será recordada como la víctima de un acto injusto e irracional. Su historia es un llamado desesperado a frenar la violencia que sigue arrebatando a inocentes.
Porque ningún niño debería morir antes de recibir su primer diploma, y ninguna familia debería despedir a quien apenas empezaba a vivir.