El joven defensor de derechos humanos atacado a bala en Soledad, murió tras casi cuatro meses de hospitalización. Su muerte vuelve a exponer el grave deterioro de seguridad para líderes sociales en el país.

El defensor de derechos humanos Nilson Andrés de Arco no resistió más. Tras 118 días aferrado a la vida en una cama de hospital, falleció como consecuencia de los disparos que recibió el 20 de julio en Soledad, Atlántico.

Con su muerte, la lista de líderes asesinados en Colombia durante el 2025 sube a 170, una cifra que evidencia la magnitud de la violencia que se ensaña contra quienes defienden a sus comunidades.

Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), De Arco fue atacado cuando realizaba actividades en un espacio comunitario. Un hombre armado llegó, le apuntó y le disparó sin dejarle opción de defensa.

Desde ese día empezó una lucha médica que terminó esta semana, apagando la voz de un joven conocido por su entrega a los procesos sociales y su defensa de los derechos humanos en Soledad.

La Defensoría del Pueblo lamentó su fallecimiento y lanzó un llamado urgente a las autoridades nacionales para reforzar la protección en el municipio. Advirtió que la presencia de grupos armados ilegales, la imposición de normas criminales y el control territorial ejercido por bandas representan “un permanente riesgo de violación de derechos” para líderes visibles como De Arco y para la comunidad en general.

Soledad vive una escalada de violencia urbana marcada por amenazas, extorsiones, microtráfico y confrontaciones entre estructuras criminales que disputan rentas ilegales. En ese entramado, líderes sociales se convierten en blancos fáciles. La muerte de Nilson Andrés de Arco no solo duele:

vuelve a encender la alarma sobre la incapacidad del Estado para garantizar que defender la vida y el territorio no termine siendo una sentencia de muerte.