El terrible siniestro solo dejó daños materiales y una profunda conmoción en el conductor que no podía creer que siguiera vivo.

La madrugada del 1 de diciembre quedará grabada para siempre en la memoria de Luis Manuel Lagos, quien, con lágrimas en los ojos, agradeció al cielo por una nueva oportunidad de vida. Su automóvil, un sedán color gris, quedó convertido en un amasijo de hierros retorcidos tras un violento accidente en la Troncal del Oriente, a la altura del corregimiento de la Gran Vía.

Luis Manuel aún no comprende cómo salió prácticamente ileso de aquel incidente. El impacto fue tan fuerte que quienes se acercaron al lugar supusieron lo peor.

Entre el ruido ensordecedor de los bocinazos y la conmoción de los curiosos, se hizo visible la escena: un vehículo irreconocible, con su carrocería completamente destrozada, bloqueaba la vía, generando un enorme trancón.

Sin embargo, dentro de aquel caos metálico, Luis Manuel, un hombre de contextura robusta, estaba consciente. Aunque atrapado entre las latas del auto, tenía apenas unos golpes leves. «Es un milagro, pensé que no saldría de esto», comentó más tarde, conmovido por la experiencia.

La solidaridad no tardó en aparecer. Decenas de personas, entre conductores y residentes de la zona, se acercaron para ayudarlo. Tras varios minutos de esfuerzo colectivo, lograron liberarlo del amasijo de hierros y trasladarlo a un centro asistencial para una revisión médica.

«Es increíble cómo quedó ese carro y que él esté vivo. Dios le dio otra oportunidad», comentó un testigo que presenció el rescate.

Mientras los operarios trabajaban para retirar los restos del vehículo y normalizar el tráfico, Luis Manuel reflexionaba sobre lo ocurrido. Con la mirada fija y un nudo en la garganta, solo pudo expresar: «Estoy aquí de milagro».

El accidente dejó una lección imborrable no solo para él, sino para quienes presenciaron aquella escena que, entre el caos y el miedo, terminó siendo una historia de supervivencia.