Tras una intensa campaña para hallarla, su pareja sentimental admitió ser el autor del feminicidio y condujo a las autoridades al lugar donde la sepultó.

Durante días, Julio Rafael Berrocal Ochoa caminó las calles de Carmen de Bolívar con el rostro desencajado y los ojos suplicantes. Preguntaba por todos lados si alguien había visto a Erika Ruiz, su compañera sentimental, desaparecida desde el 24 de abril.

Se mostraba abatido, desesperado, como un hombre al borde de la locura por no saber el paradero de su ser amado. Pero todo era una farsa.

Este lunes, la verdad salió a la luz de la manera más dolorosa y brutal: Erika nunca estuvo perdida. Desde el mismo día de su desaparición, su cuerpo yacía enterrado en una de las habitaciones de su propia casa, bajo un montículo de arena.

El macabro desenlace se conoció alrededor de las 7:10 de la mañana, cuando Berrocal se presentó voluntariamente ante el Comando de Policía para confesar lo que había hecho. Con voz nerviosa, admitió haber asesinado a Erika y haberla enterrado en la vivienda que compartían, en el barrio Mateo Gómez. No dijo las razones.

La noticia cayó como un rayo entre los habitantes del municipio. En cuestión de minutos, agentes de Policía y el grupo de investigación criminal de la SIJIN se trasladaron hasta la carrera 49, donde encontraron la tierra removida que confirmaba la desgarradora confesión. El área fue acordonada mientras se adelantaban las diligencias judiciales para exhumar el cuerpo.

Días antes, mientras amigos y familiares difundían su rostro en redes sociales, mientras pegaban carteles, mientras encendían velas pidiendo su regreso, Erika ya había sido callada para siempre. Su ausencia se convirtió en un dolor colectivo que hoy se transforma en rabia y tristeza.

El presunto feminicida fue capturado de inmediato y puesto a disposición de las autoridades competentes. La Fiscalía General de la Nación asumió la investigación para esclarecer los detalles del crimen que ha estremecido hasta los cimientos a Carmen de Bolívar.