Los barrios donde el miedo manda: anatomía del poder criminal en Santa Marta


María Eugenia, El Pando, Gaira y Cristo Rey figuran entre los barrios donde se mata por cobrar, por mandar o simplemente por estar en el lugar equivocado.

Santa Marta atraviesa una espiral de violencia urbana que mantiene en vilo a sus habitantes. De acuerdo con el Observatorio de Seguridad del Magdalena, en los primeros seis meses de 2025 se han registrado 94 muertes violentas en Santa Marta, muchos de ellos ocurridos en sectores como María Eugenia, El Pando, Pescaíto, Gaira, Cristo Rey y La Paz.

Estos no son simples barrios peligrosos. Son zonas fragmentadas, disputadas a sangre y fuego por estructuras criminales que imponen su ley con total impunidad. Bandas como Los Pachenca, el Clan del Golfo y células locales de microtráfico han convertido las calles en campos de batalla. El negocio es la droga, la extorsión y los gota a gota, pero el objetivo es el control. Y se ejerce con plomo.

“La violencia en Santa Marta no es un fenómeno aislado. Es una lógica de control territorial. Se mata para mandar y se mata para cobrar. En muchos de estos barrios, las autoridades llegan después del disparo, no antes”, señala Cristian Saumeth, investigador en conflicto urbano y dinámicas criminales.

Así es la amenaza en los barrios
Pescaíto, cuna de ídolos y leyendas del fútbol, hoy vive una doble realidad. La del barrio de tradición deportiva y la del enclave donde combos armados disputan cada esquina, cada punto de venta, cada peso, cada papeleta de droga. Y los niños saben a qué hora no deben estar en la calle. Este barrio presenta una combinación de homicidios, hurtos y presencia constante de bandas armadas que imponen su lógica criminal.

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En Gaira, el peligro está en la mezcla: turismo desordenado, informalidad y desigualdad. Lo que debería ser un punto estratégico para la economía es también la retaguardia de estructuras criminales que se camuflan entre la actividad comercial. Durante las celebraciones por los 500 años, dos de los cuatro asesinatos registrados ocurrieron aquí. El control territorial se ejerce de forma invisible en sectores turísticos y también en zonas residenciales del casco urbano.

Por otra parte lo que empezó como un proyecto de vivienda digna terminó como un hervidero de violencia. Ciudad Equidad se ha convertido en un territorio marcado por fronteras invisibles, bandas juveniles y microtráfico. Las retaliaciones entre combos han dejado muertos, desplazados y familias aterradas. Aquí, el Estado brilla por su ausencia. El microtráfico, el hurto y la violencia entre pandillas son parte del paisaje cotidiano.

María Eugenia, Cristo Rey, El Pando y La Paz: territorio de nadie
En barrios como María Eugenia, El Pando, Cristo Rey y La Paz, la autoridad la impone quien tenga más armamento o más hombres. La Policía entra en patrullas. Los delincuentes se mueven en motos, tienen campaneros, controlan los callejones, y si son capturados, muchas veces quedan libres en cuestión de horas.

En María Eugenia, por ejemplo, se registra una alta incidencia de violencia entre grupos locales. En Cristo Rey, la presencia de estructuras armadas y los ajustes de cuentas son el pan de cada día. La Paz también enfrenta conflicto social, hurtos y crímenes por retaliación.

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Juan XXIII es otro punto en riesgo. Aunque no siempre aparece en los mapas oficiales del crimen, los propios residentes denuncian un incremento en la delincuencia común, riñas constantes que han ido escalando hacia expresiones más organizadas.

“Hay zonas donde el control ya no es institucional. La comunidad convive con el miedo y la ley del silencio. Si alguien habla, alguien más viene a cobrarle”, advierte un oficial de la Sijín de la Policía Metropolitana, que pidió reserva de identidad.

Una violencia que no discrimina
Las estadísticas del Observatorio de Seguridad indican que el 60% de los homicidios en Santa Marta están relacionados directa o indirectamente con el microtráfico. Muchas de las víctimas tenían antecedentes. Pero no todas. También han caído mujeres, mototaxistas, adolescentes, trabajadores informales. En estos barrios, la muerte no siempre pregunta a quién se lleva.

Las cifras que alertan
En 2024, Santa Marta cerró con 194 homicidios, lo que representa una tasa de 34,5 por cada 100.000 habitantes.
La estadística confirma lo que en los barrios ya es cotidiano: hay zonas donde la vida vale poco y el plomo lo decide todo.

Las medidas no alcanzan
Las autoridades han intentado responder con operativos, reuniones de seguridad y patrullajes. Pero en el terreno, la percepción ciudadana es otra: la respuesta estatal es débil y la impunidad se siente intocable. Mientras tanto, las estructuras criminales mutan, se fortalecen y siguen cobrando vidas.

“La violencia en estos barrios no se reduce a los tiros. Es control social, es miedo, es extorsión. La gente no habla. Nadie denuncia. Porque saben que si lo hacen, alguien vendrá a cobrarles”, insiste el analista Cristian Saumeth. En muchos sectores de la ciudad, especialmente en los barrios del sur, el silencio es la única forma de sobrevivir.

Recomendaciones en medio del riesgo
Frente a este panorama, las autoridades han emitido una serie de recomendaciones dirigidas tanto a residentes como a turistas:

  • Evitar transitar por los barrios identificados como críticos, especialmente durante la noche o fuera de eventos organizados.
  • No improvisar rutas por zonas periféricas sin conocer el territorio o sin guía local.
  • Utilizar transporte seguro y autorizado.
  • Reportar cualquier situación sospechosa o delictiva a las autoridades, con la garantía de confidencialidad.

Santa Marta cumple 500 años entre fiestas, desfiles y conciertos. Pero en los barrios más duros de su geografía urbana, mientras suenan fuegos artificiales en la Bahía, las balas siguen apagando vidas. La celebración ocurre en el centro. El luto, en la periferia.


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