Lo llamaron para un domicilio y lo mataron para robarle su moto


Este contador de profesión y domiciliario por necesidad, fue asesinado a quemarropa en el sur de Barranquilla tras caer en una trampa para robarle su motocicleta.

La llamada llegó como muchas otras. José Alberto Escalona Herazo, domiciliario de 38 años, no imaginó que el servicio que iba a realizar sería el último. Estaba en plena jornada, como tantos días anteriores, recorriendo las calles de Barranquilla para ganarse la vida de forma honrada. No era su oficio soñado, pero sí el que le permitía llevar el sustento a casa mientras esperaba una oportunidad en su verdadera profesión: contador público.

El punto de encuentro fue en el sector de El Valle, al sur de la ciudad. Nada parecía fuera de lo normal, hasta que se vio rodeado por varios hombres. Eran delincuentes. Lo habían citado con la única intención de robarle la moto. José Alberto intentó resistirse. Creyó que podía evitar el asalto. Pero uno de ellos, sin titubeos, le disparó en la cabeza. A quemarropa. Lo dejaron allí, tendido en el pavimento, sin vida.

Un crimen que rompió a una familia

Minutos antes del ataque, había pasado por la casa de su madre en el barrio Kennedy. Fue ella quien recibió primero la noticia. Poco después, su esposa llegó al lugar de los hechos y encontró el cuerpo sin vida de su esposo. Cayó al suelo, lo abrazó y rogó que despertara. Pero la herida era irreversible. El disparo lo había matado en el acto.

La escena fue devastadora. No solo por la sangre en el asfalto, sino por lo que representaba: un trabajador más, víctima de la violencia urbana, de una ciudad que no está pudiendo proteger a quienes solo quieren vivir con dignidad.

José Alberto no era delincuente, ni tenía deudas pendientes con la ley. Era un hombre que, como muchos, había tenido que reinventarse ante la falta de oportunidades laborales. Su historia es la de cientos de barranquilleros que dejan el título universitario guardado para subirse a una moto, hacer entregas, y buscar el sustento diario en las calles. Y también, lamentablemente, es el rostro de una ciudad donde trabajar en la calle se ha vuelto un riesgo de vida.

La Policía acordonó la zona e inició investigaciones. Hasta ahora, no hay capturas. No hay justicia. No hay consuelo.


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