
Limpiavidrios atacó carro por no recibir dinero y su conductor lo derribó de un puñetazo
El acoso de los limpiavidrios en Santa Marta llegó al límite para este hombre quien se bajó y cometió la agresión. La persona agredida le juró venganza.
Lo rociaron, lo insultaron y luego le golpearon el carro. El conductor, harto, se bajó y lo golpeó con toda la furia contenida. Su pareja no se quedó atrás: agarró el cepillo con el que antes habían “limpiado” el parabrisas y también lo usó como arma. Fue una escena de rabia desbordada, de violencia callejera, de una tensión que ya venía acumulándose en cada semáforo de Santa Marta.
El hecho ocurrió en plena vía, en la carrera 19 con calle 22, justo frente a la clínica Mar Caribe. Y aunque parecía una riña cualquiera, es el reflejo de una problemática que se salió de control: el acoso de los limpiavidrios.
Nadie los llama, nadie les pide el servicio. Pero ahí están, en cada cruce, lanzando agua sin permiso, frotando los vidrios con fuerza y exigiendo dinero a cambio. Cuando alguien se niega a pagar, el castigo viene en forma de insultos, amenazas y en algunos casos, agresiones. En esta ciudad, detenerse en un semáforo puede convertirse en una experiencia tensa, incómoda y hasta peligrosa.
Esta vez, la tensión estalló. El limpiavidrios, al no recibir dinero, golpeó el carro del taxista. El conductor, ya colmado, reaccionó con violencia. Lo tumbó al suelo de un solo golpe. El joven, aturdido, juró venganza mientras los testigos grababan todo con sus celulares. De no ser por la intervención de algunos curiosos, ese encontronazo pudo terminar en tragedia.
El video se volvió viral. En redes sociales, los ciudadanos no solo compartieron la grabación, también su indignación. “Esto nos pasa todos los días”, escriben. “¿Hasta cuándo la Alcaldía va a permitir esto?”, preguntan. La ciudad, con impotencia, clama por soluciones que nunca llegan.
El problema ya no es solo de espacio público. Es un tema de seguridad, de convivencia, de límites que han sido rebasados. Lo que empezó como una forma de rebusque se transformó en un caos sin control, donde muchos limpiavidrios pasaron de pedir, a exigir. Y de exigir, a agredir.
Santa Marta está al borde de un estallido social en sus propias esquinas. Porque cada semáforo se ha convertido en un campo minado de conflictos, y cada conductor en una posible chispa que, ante la mínima provocación, puede encender la violencia
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