
La Hydrilla se tragaba la ciénaga, pero la respuesta está en marcha: así avanzan trabajos para salvar Pajarales y Nueva Venecia
La Ciénaga de Pajarales llevaba meses enviando señales de auxilio. Lo que comenzó como manchas dispersas de vegetación acuática se convirtió, sin que nadie alcanzara a darse cuenta, en una maraña espesa que ahogó canales, frenó lanchas y modificó por completo la vida en los pueblos palafíticos. La Hydrilla verticillata, una planta poco estudiada en el país, avanzó silenciosa hasta convertirse en una amenaza real para la movilidad, la pesca y el equilibrio ambiental del complejo lagunar.
La emergencia obligó a reaccionar rápido. Esta semana, en una mesa técnica liderada por Corpamag, las autoridades ambientales, académicas y la comunidad de Nueva Venecia se sentaron para revisar lo que se ha hecho y lo que viene. Pero lejos del tono burocrático, el espacio dejó claro que la batalla contra la Hydrilla tiene nombre propio: trabajo en campo, ciencia y protagonismo comunitario.
La remoción mecánica fue la primera señal de avance. Las máquinas lograron limpiar una hectárea completa, despejando canales que desde hacía meses permanecían cerrados por la vegetación. La gente lo notó de inmediato: motores que ya no se ahogaban, rutas que volvieron a abrirse, agua que fluía nuevamente. No fue la solución total, pero sí un respiro.
Sin embargo, ese avance también dejó al descubierto un obstáculo inesperado: qué hacer con todo el material vegetal retirado. Cada tonelada representa un costo, un manejo especializado y el riesgo de que, si no se trata bien, termine regresando a la ciénaga. Ese punto encendió alertas y dejó claro que será necesario un estudio más profundo para ampliar la intervención mecánica en mayor escala.
Mientras tanto, Corpamag y las comunidades palafíticas vienen trabajando de la mano en un frente igual de importante: la sensibilización y la educación ambiental. En los últimos meses se realizaron 15 talleres en Nueva Venecia, donde hombres y mujeres aprendieron a identificar los micrófitos, a entender su comportamiento y a explorar alternativas artesanales para aprovechar la taruya. Los talleres no fueron charlas frías: fueron espacios donde la gente expresó sus miedos, su cansancio y su preocupación por un ecosistema que sienten que se les está muriendo enfrente.

Lo que viene: una intervención más humana y más fina
La próxima semana inicia un trabajo clave: la limpieza manual, una labor en la que la comunidad tendrá un papel central. No será tan rápida como la operación mecánica, pero permitirá llegar a rincones donde ninguna máquina entra, abrir pequeñas bocas de agua y comenzar a liberar zonas críticas donde el estancamiento ya es visible.
Para César Rodríguez, líder de Nueva Venecia, esta intervención marca un antes y un después. “Si el agua no se mueve, la comunidad se nos muere”, dijo al cierre del encuentro.
“La limpieza manual va a permitir que entre agua nueva. Eso es lo que estábamos esperando”.
Otro punto que quedó en la mesa fue la barrera de mitigación instalada meses atrás. La estructura no resistió el enorme volumen de micrófitos que arrastraba la corriente, pero dejó una enseñanza importante: funciona, sí, pero debe rediseñarse con más fuerza y con base científica. Corpamag se comprometió a trabajar en ese nuevo diseño.
Lo que dice la ciencia
Los técnicos de Invemar presentaron datos que explican por qué la Hydrilla encontró un paraíso para expandirse: aguas con poca oxigenación, altos nutrientes, salinidad casi cero y escasa renovación. Un cóctel perfecto para una planta que crece más rápido de lo que las comunidades pueden retirarla.
El problema mayor: Colombia no tiene suficiente información sobre esta especie y ni siquiera está formalmente clasificada como invasora. En pocas palabras, la crisis de Pajarales está obligando al país a aprender sobre la marcha.
Por eso, la Universidad del Magdalena armó un equipo multidisciplinario para acompañar el proceso. No solo están midiendo el daño ambiental: también estudian las implicaciones sociales, educativas y culturales que trae un ecosistema que cambia a un ritmo que la gente no puede controlar.
Un territorio que lucha por no perderse
La reunión terminó sin aplausos ni discursos triunfalistas. Terminó con algo más valioso: un camino trazado.
Corpamag continuará liderando la coordinación técnica. Las universidades seguirán monitoreando y generando datos. Las autoridades locales se comprometieron a facilitar logística y acceso. Y los habitantes —los mismos que han visto cómo la Hydrilla les cambia la vida— serán parte activa de las limpiezas y la vigilancia.

La Ciénaga de Pajarales sigue en riesgo, sí. Pero ya no está sola frente a la emergencia.
La respuesta arrancó.
Y aunque el desafío es enorme, la decisión es clara: salvar el ecosistema antes de que la planta termine por tragarse la vida que sostiene a Nueva Venecia.
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