Jueves de piques en la Troncal: la peligrosa costumbre que ni la tragedia frena


A pesar de los accidentes fatales y las constantes denuncias de la comunidad, cada jueves la Troncal del Caribe se convierte en una pista clandestina para motociclistas que desafían la muerte en piques ilegales. Las autoridades brillan por su ausencia.

Cuando cae la noche del jueves, la Troncal del Caribe a la altura de la Terminal de Transporte se transforma en una pista de carreras clandestina. El rugir de los motores, los gritos de emoción y el silbido del viento cuando las motos pasan a toda velocidad son la banda sonora de una práctica peligrosa que se ha convertido en costumbre. No importa que ya haya cobrado vidas ni que otros hayan quedado marcados con heridas de por vida. Cada semana, la escena se repite sin cambios.

Desde las aceras, los espectadores—en su mayoría jóvenes—sacan sus celulares para grabar las maniobras temerarias, los piques en plena vía y las apuestas que se hacen bajo la adrenalina de la velocidad. Al otro lado de la ciudad, las familias que han perdido a un hijo, un hermano o un amigo en estas carreras clandestinas siguen esperando justicia o, al menos, algún tipo de control por parte de las autoridades.

Pero el control nunca llega.

La ausencia de las autoridades y el reclamo de la comunidad
Los vecinos de las zonas aledañas están hartos. Han hecho incontables llamadas a la Policía y al cuadrante más cercano. Pero la respuesta es la misma: el silencio. La noche avanza, los motores siguen rugiendo y los oficiales nunca aparecen. «Uno llama y llama, pero no llegan. Es como si no pasara nada», dice con resignación un residente que ya ha perdido la cuenta de las veces que ha alertado sobre los piques.

Mientras tanto, los motociclistas siguen acelerando, desafiando la muerte y poniendo en riesgo a quienes transitan por la vía. No hay retenes, no hay controles de tránsito, no hay agentes impidiendo la práctica. La impunidad es total.

Muertes y heridos: el saldo de la imprudencia
El historial de tragedias es largo. Los piques han dejado muertos y heridos en más de una ocasión. Pero ni siquiera las historias de dolor parecen frenar la obsesión por la velocidad.

La noche del jueves se convierte en un espectáculo de riesgo. Algunos lo ven como un desafío, otros como una forma de demostrar quién es el mejor sobre dos ruedas. Pero, en el fondo, es un juego macabro en el que la línea entre la emoción y la tragedia es demasiado delgada.

Y así, cada jueves, la historia se repite. Hasta que la velocidad de una moto termine en otro lamento.


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