
Juego mortal: joven de 17 años murió tras presunta sesión de Ouija
Tenía un futuro por delante. Salió a estudiar con unos amigos y lo encontraron muerto, desnudo y con señales de agresión. Las versiones son confusas, el dolor es inmenso, y la familia aún clama por justicia.
José Mauricio Ospina Velásquez estudiaba, trabajaba en sus prácticas del Sena y ayudaba en casa. Le dijo a su mamá que iba donde un compañero para hacer unas tareas del colegio. Nunca más regresó.
Su madre, Claudia Velásquez, salió de casa poco después y al volver ya no lo encontró. No sospechó nada grave. Pensó que en cualquier momento volvería. Pero a las 4:30 de la mañana, algo la despertó: una angustia que no supo explicar.
Llamó a su hijo varias veces. En una de esas, alguien contestó. Era un funcionario del CTI. Le dijo que estaban en una casa del barrio Kennedy, que había habido una emergencia y que varios jóvenes habían sido trasladados al hospital. Entre ellos, su hijo.
La peor noticia
Cuando Claudia llegó al centro médico, la noticia cayó como una bomba: José Mauricio estaba muerto. De los cuatro jóvenes que estaban en la vivienda, él fue el único que no sobrevivió.
Lo encontraron desnudo, con el cuerpo helado, y sin heridas visibles, según el primer reporte. Pero su familia nunca creyó del todo esa versión. Algo no cuadraba.
“Mi hija lo vio en Medicina Legal. Tenía golpes en la cara. Eso no fue un simple desmayo”, dice Claudia.
El forense afirmó que el joven llevaba más de 12 horas muerto. Pero el acta de defunción registró la hora de fallecimiento a las 12:00 de la noche. Un desfase inexplicable.
Un juego macabro y versiones que no concuerdan
Lo que se sabe de lo que ocurrió en esa casa es poco y confuso. Uno de los jóvenes que estuvo allí dijo que estaban jugando a la ouija, y que una “entidad” les ordenó atacar a uno de los presentes. Ese fue José Mauricio.
Otro testigo aseguró que consumieron LSD. Pero los exámenes toxicológicos practicados al cuerpo del joven demostraron lo contrario: ni alcohol ni drogas.
“Él era muy juicioso. Tenía buenas notas. Nunca se metía en problemas. No era de fiestas, ni de andar con malas compañías. ¿Qué hacía él en una casa así? ¿Por qué nadie habla?”, pregunta su madre con desesperación.
En la vivienda había dos menores de edad. Hasta hoy, ninguno ha querido hablar con claridad. La familia cree que hay una verdad oculta, y que alguien la está encubriendo.
“Ellos saben lo que pasó. Y no entiendo por qué la justicia no los ha obligado a decirlo”, reclama Claudia.
El caso sigue sin resolverse. No hay culpables. No hay imputaciones. Solo una familia destruida por el dolor y una madre que no deja de pedir justicia.
“Me mataron a mi hijo y no sé cómo. No sé por qué. Pero sí sé que no lo voy a dejar en el olvido. Porque él no merecía morir así. Y alguien tiene que responder”.
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