Jhony de Ávila, otra víctima del terror que azota a Pivijay


La violencia sicarial no da tregua en Pivijay. La gente vive encerrada o desplazada por miedo. Las autoridades, aunque presentes, siguen sin contener la ola criminal.

Cada dos días, las balas sacuden a Pivijay y sus alrededores. La vida parece detenerse entre disparos y susurros de miedo. La violencia en este pueblo ya no es un hecho aislado: es un huésped permanente que acecha desde las esquinas polvorientas, los caminos rurales y hasta los parques donde antes jugaban los niños.

La noche del viernes no fue distinta. En el sector conocido como La Sombra, a las afueras del casco urbano, el silencio fue roto por el estruendo seco de los disparos. Allí fue hallado el cuerpo de Jhony de Ávila, un hombre oriundo del corregimiento de Carreto, jurisdicción de El Piñón. Vestía ropa informal y yacía inmóvil, con múltiples heridas de bala marcando su despedida violenta del mundo.

Su nombre se suma a una dolorosa lista de víctimas que han caído en medio de una guerra sin rostro entre Los Primos y el Clan del Golfo. Una guerra que se libra en las sombras, con armas y amenazas, y que ha convertido a Pivijay en un escenario de terror constante.

Pese a los anuncios oficiales de refuerzo en la presencia policial y militar, los grupos armados ilegales —principalmente de carácter paramilitar— parecen moverse con soltura, burlando retenes, desafiando a las autoridades, imponiendo su ley.

“Uno ya no sabe si saldrá vivo cuando va por una bolsa de arroz”, dice una mujer que pide no revelar su nombre. Sus ojos, cansados y húmedos, lo dicen todo: aquí la vida vale poco.

El miedo ha obligado a muchos a tomar decisiones drásticas. Algunas familias han optado por abandonar temporalmente sus hogares y trasladarse a casas de familiares en municipios cercanos del Magdalena o Atlántico. Otros, atrapados por la falta de recursos o el arraigo, se quedan… pero encerrados, con puertas atrancadas y cortinas siempre cerradas. La calle ya no es un lugar seguro.

El crimen de Jhony aún no tiene culpables ni móviles claros, pero su muerte sí tiene un contexto: un municipio atrapado entre disputas de poder, donde las armas hablan más fuerte que la justicia.

Pivijay, una tierra fértil y llena de historia, hoy vive bajo la sombra de la muerte. Y mientras los disparos sigan marcando el ritmo de los días, sus habitantes seguirán caminando con el corazón encogido, esperando que la próxima víctima no sea alguien conocido… o ellos mismos.


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