Isla Pelícano: Entre la opulencia y el abandono, el último capítulo de una disputa legal de décadas


Durante dos décadas, este islote frente a El Rodadero fue símbolo de exclusividad y poder, pero hoy solo quedan ruinas que el mar carcome con el paso del tiempo.

Por Roger Urieles/ Director de Entérate en Línea  y corresponsal de El Tiempo 

Santa Marta, la ciudad de los morros y las ensenadas paradisíacas, guarda en sus aguas historias que parecen sacadas de una novela de realismo mágico.  Entre ellas, la de Isla Pelícano, también conocida como el Morro de Gaira, es una de las más enigmáticas. 

Este islote, que en los años 60 y 70 fue el epicentro de la exclusividad y el lujo, hoy es un cascarón en ruinas, testigo de batallas judiciales, negocios oscuros y un pasado que se resiste a desaparecer.

El reciente fallo del Tribunal Administrativo del Magdalena, que rechazó la millonaria demanda de los herederos del empresario Gustavo Díaz Segovia contra el Estado, pone fin a una disputa legal de más de dos décadas. Con esta decisión, la justicia reafirma que el islote pertenece a la Nación y que nunca debió ser adjudicado a un particular.

Del esplendor a la decadencia

Gustavo Díaz Segovia, empresario visionario de la hotelería y la gastronomía samaria, vio en el Morro de Gaira una oportunidad única. 

En 1966, logró arrendar la isla por apenas 1.800 pesos anuales de la época tras firmar un contrato con el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora). Con ello, transformó el islote en un exclusivo club náutico, donde la élite samaria y figuras influyentes del país disfrutaban de fiestas privadas y negocios cerrados entre copas.

«Era un sitio al que solo entraban los más adinerados», recuerda Alberto Rojas, un pescador que en su niñez transportaba provisiones hacia la isla junto a su padre. 

La mansión que se levantó sobre el morro albergó encuentros que, según versiones, iban más allá del entretenimiento. «Se rumoraba que en esas fiestas había personajes del bajo mundo. Se cerraban negocios que no eran solo legales», comenta un historiador samario.

El negocio prosperó y en 1978, aprovechando una norma de la época, Díaz Segovia logró que el Incora le adjudicara el terreno bajo el argumento de haberlo usado por más de 20 años. Sin embargo, esa decisión marcaría el inicio de una larga batalla judicial.

Un fallo que ratifica la propiedad estatal

Desde los años 80, la Procuraduría y distintas entidades estatales intentaron revertir la adjudicación del islote, argumentando que Isla Pelícano era un bien de uso público y, por tanto, inalienable. En 2016, el Consejo de Estado zanjó la disputa al declarar nula la resolución que había entregado la propiedad a Díaz Segovia.

La familia del empresario no se rindió y demandó al Estado por la pérdida del bien, exigiendo una indemnización de 121 mil millones de pesos. Alegaban que la decisión del Consejo de Estado fue errónea y que el proceso, que duró más de 22 años, representaba una falla en la administración de justicia.

Sin embargo, el reciente fallo del Tribunal Administrativo del Magdalena desestimó la demanda, concluyendo que no existió error jurisdiccional ni responsabilidad de la Rama Judicial. «Es una sentencia que ratifica la importancia de proteger el patrimonio público», declaró César Palomino Cortés, director de la Agencia de Defensa Jurídica de la Nación.

Isla Pelícano, entre el narcotráfico y el abandono

Tras la caída del club náutico, el esplendor de la isla se convirtió en ruinas y olvido. Pero su historia no terminó ahí. En 2017, la Armada Nacional halló 124 kilos de cocaína enterrados en el islote, presuntamente pertenecientes a la banda criminal Los Pachencas. «La isla pasó de ser un símbolo de opulencia a un escondite para actividades ilícitas», explicó un oficial de guardacostas.

Hoy, la majestuosa mansión que alguna vez representó el lujo samario es un esqueleto corroído por el salitre. La vegetación ha reclamado el terreno y los muros han sido tomados por grafitis. Mientras algunos proponen convertir la isla en un atractivo turístico o en un centro de educación ambiental, las disputas legales y la falta de intervención del Estado han dejado a Isla Pelícano sumida en la desidia.

Para muchos samarios, la historia del islote es una metáfora de la ciudad misma: un territorio con un enorme potencial, pero atrapado en la encrucijada del poder, la corrupción y el olvido. Con el fallo definitivo, Isla Pelícano regresa oficialmente a manos del Estado, pero su destino sigue siendo incierto.


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