
Gaira sigue cayendo bajo las balas: sicarios persiguieron y mataron a su víctima en un intento de escape
La violencia no da tregua en este sector de Santa Marta. Un dueño de reconocido patio rumbero, fue asesinado a tiros cuando intentaba huir de sus atacantes. La comunidad vive con miedo por estas balaceras.
A las 8:30 de la noche de este viernes la calle 2 con carrera 11 del barrio La Modelo se volvió una zona de fuego cruzado. Orlando González, conocido en Gaira como el dueño de un tradicional patio rumbero, intentaba salvar su vida. Acababa de ser interceptado por dos hombres en moto que sin mediar palabra desenfundaron un arma y comenzaron a dispararle.
Orlando logró bajarse del vehículo, correr unos metros y buscar refugio. Pero no lo logró. A la altura de una tienda, los proyectiles lo alcanzaron. Cayó boca abajo, en medio de un charco de sangre, mientras decenas de personas se asomaban desde las esquinas o cruzaban con indiferencia resignada.
—Otro que matan —dijo una mujer que pasaba, sin detenerse.
—Quién sabe por qué, por algo será. A ninguno matan por bueno —agregó un hombre mayor, mientras miraba de reojo la escena.
La muerte de Orlando no es un caso aislado. Es otro episodio en la cadena de violencia que azota a Gaira, un sector turístico en el sur de Santa Marta que en los últimos meses se ha convertido en escenario recurrente de varios ataques sicariales. Hace apenas unos días, una bebé de dos años resultó herida por una bala perdida en otro atentado, cuando sicarios intentaron matar a un joven que logró huir y refugiarse. No tuvo la misma suerte Orlando.
Una guerra entre bandas y la comunidad en medio
Según fuentes policiales, detrás de estos hechos hay una disputa entre bandas delincuenciales que se pelean el control del microtráfico y el cobro de extorsiones. Las víctimas, muchas veces, no son solo los objetivos directos, sino los que se cruzan en la línea de fuego.
Los habitantes ya no se sorprenden. El sonido de los disparos es tan habitual como el de una motocicleta acelerando. Pero la resignación ha dado paso al miedo. Al silencio. Nadie quiere hablar. Nadie se atreve a decir qué está pasando o quién manda en el barrio.
La familia de Orlando aún no entiende cómo llegó a ese punto. Aseguran que no tenía amenazas y que su única preocupación era mantener su negocio a flote en medio de una economía golpeada. Pero en Gaira, muchas veces, no es necesario estar involucrado. Basta con estar en el lugar equivocado o en la lista de alguien.
La comunidad reclama mayor presencia de la Policía, patrullajes permanentes y acciones reales del Distrito para enfrentar esta ola de homicidios. Pero las respuestas han sido insuficientes.
La estadística sigue creciendo. Un nuevo cuerpo en el suelo. Un nuevo charco de sangre. Una nueva víctima que no vivirá para contar cómo fue.
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