El jugador era considerado una futura figura del balompié nacional y ya era seguido por varios equipos profesionales.

El balón rodaba cuando Matías Ramírez Vargas cayó al suelo. Tenía 16 años y el sueño claro: llegar al fútbol profesional. En plena cancha de Medellín, durante un encuentro juvenil, un golpe en una jugada aparentemente normal cambió todo. No se volvió a levantar.

Los testigos del partido aún no logran comprender cómo una acción más del juego terminó en tragedia. Fue un impacto seco, rápido, pero decisivo. Los asistentes corrieron, intentaron reanimarlo, pero el esfuerzo fue en vano. Minutos después, se confirmó lo que nadie quería oír: Matías había muerto.

Matías no era un jugador más. Su nombre ya circulaba entre veedores y equipos que lo seguían por su talento, su madurez en el campo y su compromiso. Entrenadores y compañeros coinciden en que tenía condiciones que prometían una carrera profesional.

“Siempre llegaba primero a entrenar. Vivía para esto”, cuenta uno de sus técnicos.

El golpe ha sido duro, no solo para su familia, sino para el fútbol juvenil del país, que hoy lamenta la pérdida de una de sus figuras emergentes.

En redes sociales, amigos, clubes locales y compañeros de cancha han expresado su dolor y compartido imágenes y mensajes de despedida. Todos destacan su carácter humilde, su amor por el deporte y la energía con la que afrontaba cada partido.