Erika denunció, pidió ayuda y gritó… pero murió apuñalada por su expareja


Pensaron que era una discusión más con su expareja. Minutos después, salió de su casa agonizando, bañada en sangre. Cayó al suelo y murió. Su asesino, sin mostrar remordimiento, intentó escapar, pero la comunidad lo detuvo.

El barrio Rebolo en Barranquilla estaba acostumbrado a los gritos de peleas entre esta pareja. Por eso, cuando Erika Yamile Gómez Rueda, de 35 años, suplicó auxilio, nadie se alarmó de inmediato. Ninguno imaginó que, esta vez, sus gritos eran el preludio de su muerte.

Pocos minutos después, la escena era aterradora. Erika salió tambaleante de su vivienda, empapada en sangre, sosteniéndose el abdomen con un trapo. Caminó unos pasos, buscando ayuda. Atrás venía su expareja, José Guillermo Ibarra, con la misma calma con la que había hundido el cuchillo una y otra vez en su cuerpo.

Se desplomó en la calle, apenas alcanzó a murmurar: «Tengo familiares donde Lucas». Y murió.

El asesino sin prisa
José Guillermo Ibarra no intentó correr. Caminó con tranquilidad, como si no acabara de cometer un crimen. Pero la comunidad, al darse cuenta del horror, reaccionó. Lo siguieron, lo rodearon y lo golpearon hasta que llegaron las autoridades.

Los vecinos no podían creerlo. Erika había denunciado a su agresor varias veces. Contaban que él la perseguía, la acosaba. Pero nada impidió su feminicidio.

Un grito ignorado
«Pensamos que era otra pelea», confesó una testigo. Hasta que vieron la sangre. Hasta que vieron a Erika desplomarse. Hasta que la muerte les dejó claro que esta vez no era una discusión más.

Cuatro hijos quedaron huérfanos. La justicia llegó tarde. Cuando quisieron ayudar, ya no había nada que hacer.

Su familia y amigos aseguran que la relación con José Guillermo Ibarra había terminado hace tiempo, pero él nunca aceptó el rechazo.

«Ella ya había denunciado, y escondía. pero él siempre la encontraba. No la dejó en paz hasta matarla», contó una amiga de la víctima.

La justicia llega tarde para Erika. Su asesinato no fue un acto impulsivo, sino el desenlace de un acoso constante que nadie detuvo a tiempo.

Hoy, en Rebolo, las calles siguen siendo testigos mudos de un feminicidio que pudo evitarse. Pero la ayuda llegó tarde, demasiado tarde.


¿Quieres pautar

con nosotros?