
“Era un hombre bueno”: el grito de una madre samaria que pide verdad por su hijo señalado por EE. UU.
La noticia del bombardeo estadounidense tomó por sorpresa a toda la familia. Su padre aún teje la atarraya que le iba a regalar y su madre no pierde la esperanza de verlo entrar por la puerta.
En el barrio Los Cardonales, en Gaira, el rumor corrió muy rápido hasta llegar hasta una humilde vivienda : el presidente Gustavo Petro había denunciado que un pescador samario, identificado como Alejandro Andrés Carranza Medina, murió en un ataque de Estados Unidos.
En la casa donde creció “Coroncoro”, como todos lo conocían, nadie podía creerlo. “Nos tomó por sorpresa. Nadie nos ha confirmado nada, ni el Gobierno ni ninguna autoridad”, dice su sobrina Lizbeth Carranza, aún con el rostro desencajado.

Una familia que vive entre la esperanza y la tristeza
La familia de Alejandro no tiene certeza de nada. Solo saben que él salió a pescar el pasado 14 de septiembre, como lo había hecho durante años, y que desde ese día no volvió a comunicarse.
“Él acostumbraba salir por semanas cuando la pesca era buena, pero esta vez ha pasado más de un mes y no tenemos noticias. Lo que sabemos es lo que vimos por televisión, y las redes y lo que dijo el Presidente”, cuenta Lizbeth.
En la pequeña vivienda, su madre, doña Carmela Medina, se aferra a la esperanza. Trata de mantenerse en pie pero de un momento a otro de quebranta y llora al recordar a su hijo.
“Mi hijo no era malo… era un hombre trabajador, un pescador como su papá. Yo solo quiero que me digan la verdad. Si está vivo o si ya no lo voy a volver a ver”, dice adolorida.

El regalo que nunca entregó
A pocos metros, en el patio de la casa, su padre, don Alejandro Carranza, un hombre de manos ásperas y mirada cansada, continúa tejiendo una atarraya.
“Se la estaba haciendo de regalo, porque la que tenía ya estaba vieja. Era para su cumpleaños. Yo todavía la estoy terminando… uno nunca pierde la fe”, dice sin levantar la vista de las cuerdas.
El silencio se rompe solo con el golpeteo del hilo contra el suelo y los murmullos de los vecinos que llegan a acompañar. “Alejandro era buena gente, un hombre alegre, querido. Pescaba desde pelao. No merecía eso”, asegura Albeiro Taborda, un vecino del sector que dice haber crecido con él.

Entre la indignación y la fe
En Los Cardonales nadie entiende cómo un hombre que salía cada día con su lancha y su atarraya pueda terminar señalado por Estados Unidos. “Él no tenía plata ni lujos, vivía del mar. Si cometió errores, ya había pagado. Ahora era un pescador, eso es lo que sabemos”, insiste Lizbeth.
La familia asegura que Alejandro dejó tres hijos menores —de 7, 13 y 16 años— que hoy preguntan por su padre. “Ellos no entienden lo que pasa. Solo saben que su papá salió a pescar y no ha regresado”, dice Carmela, mientras abraza a uno de sus nietos.
Pese a la incertidumbre, en esa casa no hay odio, solo tristeza y una plegaria que repiten cada noche: “Que el mar lo devuelva, que regrese, que no sea él. Que todo sea una equivocación”
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