El Salvador legaliza la reelección indefinida de Bukele ¿Reelección o dictadura disfrazada?


Con 57 votos a favor, el Congreso salvadoreño habilitó al presidente Nayib Bukele para reelegirse sin restricciones, lo que marca el fin de los contrapesos institucionales en el país. Críticos temen una deriva autoritaria al estilo venezolano.

Nayib Bukele ya no tiene obstáculos para quedarse en el poder por el tiempo que desee. El Congreso de El Salvador, dominado por su partido Nuevas Ideas, aprobó con 57 votos de 60 posibles la reelección indefinida, legalizando lo que muchos temían: una presidencia sin fecha de caducidad.

La decisión no solo modifica el rumbo político del país, sino que redefine los límites —o la ausencia de ellos— del poder presidencial. Lo que alguna vez fue presentado como un experimento disruptivo en la política latinoamericana ha evolucionado hacia un modelo de concentración absoluta. Y lo ha hecho con el aplauso popular, pero también con el encendido de alarmas en los círculos democráticos.

Bukele, que en 2024 fue reelegido con el 85% de los votos, no oculta su intención de mantenerse donde está. En su discurso del pasado 1 de junio fue claro: “Me tienen sin cuidado que me llamen dictador”. Y lo demuestra con hechos. Su gobierno ha sido acusado de detenciones arbitrarias, represión contra opositores, y silenciamiento de voces críticas, desde activistas hasta periodistas. Varios han debido huir del país. Otros guardan silencio por temor.

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La violencia callejera, efectivamente, ha disminuido desde que se instauró el régimen de excepción en marzo de 2022. Más de 88.000 personas han sido arrestadas, en una operación masiva contra las pandillas que, según sus defensores, devolvió la tranquilidad a barrios históricamente azotados por el crimen. Pero los métodosacusaciones sin pruebas, juicios colectivos, falta de garantías— han sido calificados como sistemáticamente violatorios de los derechos humanos.

Bukele ya no finge moderación. Su discurso se endurece. Su círculo de poder se cierra. Sus críticos aseguran que el modelo comienza a parecerse peligrosamente al de Hugo Chávez en Venezuela: concentración institucional, culto a la personalidad, y una narrativa maniquea en la que todo opositor es un enemigo del pueblo.

En paralelo, el aparato comunicacional de su gobierno funciona con precisión milimétrica. Bukele es tendencia, meme, influencer, presidente y símbolo. En las redes, su imagen de “presidente cool” sigue generando simpatía, especialmente en países donde el crimen y la desconfianza política son la norma. Desde fuera, es visto por muchos como el hombre fuerte que la región necesita.

Pero esa popularidad no borra los signos de autoritarismo. Con el nuevo aval legal, Bukele puede aspirar a cuantas reelecciones quiera. El Salvador, mientras tanto, se queda sin filtros democráticos. Las reglas del juego ya no se reescriben: se destruyen y se reemplazan por decretos con nombre propio.

Lo que se vive en el país centroamericano no es solo una reforma. Es un cambio de régimen. Y es, sobre todo, un experimento regional que marcará precedentes, para bien o para mal, en el resto de América Latina.


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