El juego mortal con arma que acabó con la vida de auxiliar y le costará 7 años de prisión al responsable


El uniformado aceptó los cargos por homicidio culposo tras disparar accidentalmente su arma de dotación.

«Te vas a ganar un tiro», dijo con tono de broma el auxiliar de policía mientras sostenía el arma en sus manos. Lo había hecho antes. Talel Daza, su compañero y amigo, sonrió, seguro de que, como en otras ocasiones, la pistola no estaba cargada. Pero esta vez, lo estaba.

El estruendo rompió la tranquilidad de la tarde del 27 de enero en las casas fiscales del barrio 13 de Junio. Un solo disparo, directo al abdomen de Talel, lo derribó en cuestión de segundos. La risa se apagó. La sangre comenzó a teñir el suelo mientras la desesperación se apoderaba del lugar.

De inmediato, lo trasladaron a la clínica Mar Caribe. Médicos y enfermeros lucharon por su vida en el quirófano, pero la herida era demasiado grave. Horas después, la noticia llegó como un golpe seco: Talel Daza no había logrado sobrevivir.

Una culpa infinita
Desde ese día, su familia ha vivido en un luto que no encuentra consuelo. Su madre aún espera, con los ojos hinchados de tanto llorar, que todo sea solo una pesadilla. Su padre, en silencio, se aferra a los recuerdos, buscando una explicación que nunca llegará.

Mientras tanto, el responsable del disparo carga con el peso de una culpa que lo consumirá de por vida. Su rostro no ha sido revelado por razones internas de la institución, pero su historia es conocida: un auxiliar de la Policía Metropolitana de Santa Marta que, con una acción imprudente, acabó con la vida de su amigo y destrozó la suya.

Sabe que no hay marcha atrás. Lo aceptó todo. Se declaró culpable de homicidio culposo y enfrentará una condena que, según la Justicia Penal Militar, podría ser de al menos siete años de prisión. Siete años para pensar en aquel instante fatal. Siete años para revivir la escena una y otra vez en su mente.

Un adiós antes de la tragedia
El día de su muerte, Talel Daza estaba de descanso. No tenía por qué estar allí, pero decidió pasar un momento con su compañero. Era cuestión de minutos antes de que se marchara. Pero en lugar de despedirse con un apretón de manos, un juego con un arma terminó arrebatándole la vida.

El caso fue manejado con hermetismo por las autoridades, pero el eco de la tragedia aún resuena. No solo en su familia, sino en todos los auxiliares que, como Talel y su amigo, aún no comprenden del todo el peso de la responsabilidad que conlleva portar un arma.

Un juego. Un disparo. Una tragedia que dejó una familia rota y un culpable que deberá enfrentar la justicia… y su propia conciencia.


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