
El drama de una madre que perdió a sus dos hijos por supuestos malos tratos en el Ejército
Dos hijos muertos dentro del Ejército. Dos casos catalogados como suicidio. Dos denuncias de presiones, hostigamiento y malos tratos que nunca fueron atendidas. Mirian Oliveros, madre samaria, volvió a vivir la misma pesadilla mientras la institución guarda silencio. Ningún responsable, ninguna medida, ninguna explicación.
Cuando a Mirian Oliveros le avisaron que su hijo Francisco José había aparecido muerto en la Escuela Militar de Suboficiales Inocencio Chincá, lo primero que sintió fue vértigo. No era solo el impacto de la muerte. Era la repetición. La confirmación de que la pesadilla que creyó haber tocado fondo en 2022 volvía por ella.
“No puede ser que vuelva a pasar… no otra vez”, repetía mientras trataba de sostenerse.
Su primer hijo, Deimos José Pardo Olivero, cabo segundo de 26 años, había muerto tres años antes en Popayán. También en servicio. También en circunstancias catalogadas como suicidio. También, según la madre, después de denunciar presiones y malos tratos en su unidad.
En ambos casos, la institución respondió igual: “Se suicidó.” Nada más.
Dos muertes, un mismo patrón de advertencias ignoradas
Para Mirian, lo que hace más dolorosa esta historia no es solo la doble pérdida, sino la forma en que, según ella, el Ejército ignoró señales que estaban ahí, claras, repetidas, gritadas.
Francisco José, 21 años: denunció hostigamiento y nadie actuó
Meses antes de morir, Francisco reportó formalmente presiones del mayor Andrés Felipe López Ayala. Lo hizo por escrito. Lo envió a mandos superiores. Lo dejó todo documentado: Episodios de hostigamiento.
Tratos humillantes frente a subalternos.
Comentarios como: “¿Qué pasa, que no pide la baja?”
Y un rechazo abierto —según él— hacia los estudiantes de la región Caribe.
Francisco insistía en que lo que vivía lo estaba desgastando emocionalmente. Pero nada pasó.
El Ejército no tomó medidas. No abrió una ruta de protección. No lo atendió un equipo psicosocial. No revisó su entorno laboral. No lo trasladó. No escuchó. Hasta que apareció muerto.
Deimos José, 26 años: denuncias archivadas y un caso cerrado
La historia con su hermano mayor fue idéntica.
Deimos había denunciado supuestos malos tratos y acoso laboral en su batallón de comunicaciones. Su familia asegura que se encontraba bajo presión constante. Pero tras su muerte, la Fiscalía cerró el caso. El Ejército también.
Solo les dijeron: “Fue suicidio”. Sin explicaciones. Sin responsables. Sin revisar qué pasó al interior de la unidad.
Mirian quedó sola, con un expediente cerrado y una verdad que nadie quiso investigar.
“Aparecieron muertos. Eso es lo único que dicen.”
La frase es de la propia Mirian. Y ahí se resume su tragedia: dos hijos en servicio activo, dos jóvenes que convivían a diario con mandos y compañeros, dos muchachos que mostraban señales de afectación emocional, y nadie —dice ella— hizo nada. Nadie lo notó. Nadie los atendió. Nadie intervino. Nadie tomó en serio las alertas que ellos mismos pusieron por escrito.
“Mis hijos se estaban quebrando y el Ejército lo sabía”, insiste la madre. “Los dos estaban pidiendo ayuda y nadie los escuchó”.
Silencio institucional y ausencia total de respuestas
A Mirian le duele tanto el qué como el cómo. Dice que tras la muerte de Francisco la Escuela Militar no le entregó el material probatorio que él habría guardado: capturas, fotos, audios que daban cuenta de lo que vivía. Denuncia inconsistencias en la escena, objetos que aparecieron después, disparos que no cuadraban, detalles que nadie le quiso explicar.
Pero más que eso, le pesa el silencio.
“Ni siquiera un apoyo psicológico nos dieron. Nada. Como si no valieran”, reclama.
Dos hijos uniformados, dos muertes dentro de la institución, y ninguna explicación más allá de la palabra que lo tapa todo: suicidio.
Mirian no busca venganza: busca respuestas.
¿Por qué nadie intervino?
¿Por qué no se activaron protocolos?
¿Por qué dos jóvenes bajo mando, vigilancia y jerarquía militar llegaron al punto de atentar contra sus vidas sin que nadie lo notara?
¿Por qué sus denuncias no generaron ninguna acción?¿Por qué vuelve a repetirse la historia?
Preguntas que el Ejército no responde. Preguntas que nadie en la institución parece dispuesto a enfrentar.
Un llamado que nace desde la herida más profunda
“Mis hijos no se suicidaron porque sí. Mis hijos se rindieron porque los estaban destruyendo por dentro”, dice Mirian.
Ella no quiere que su dolor se archive como pasó con Deimos. No quiere un segundo caso cerrado sin verdad. No quiere que la institución siga comportándose como si nada hubiera pasado.
Hoy su lucha no es solo por Francisco. Ni solo por Deimos.
Es por todos los jóvenes que, como ellos, entraron a servir a la patria y terminaron solos, desprotegidos y quebrados en el lugar donde debían cuidarlos.
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