
El caso Darío Mendoza: sicarios buscaban a una mujer cienaguera y mataron a un inocente taxista
El exprofesor del Sena y taxista fue asesinado a tiros junto a su pasajera en la Troncal del Caribe. Las autoridades apuntan a un mensaje criminal que busca sembrar miedo entre los cienagueros que trabajan en la capital del Magdalena.
Por la manera como fue atacado a tiros el taxi que conducía Darío Mendoza Noguera, muchos creyeron que se trataba de un objetivo de alto valor para los sicarios. Catorce disparos en plena Troncal del Caribe, frente a la Bomba Zuca, una escena de guerra urbana en una vía donde miles de samarios pasan todos los días.
El crimen desató la indignación y el miedo. “Parece que en esta ciudad ya nadie está a salvo, ni siquiera un trabajador que solo intenta ganarse la vida”, escribió una usuaria en redes sociales tras conocer el caso.
Pero quienes conocieron a Darío coinciden: no tenía enemigos. No debía nada. No estaba metido en líos. Era un hombre tranquilo, amable, un exprofesor del Sena que había pasado los últimos años manejando taxi para sostenerse con dignidad.
“Darío no tenía malicia. Era de los que saludaban con respeto y hablaba con todo el mundo”, cuenta su vecino, Julio Ortega, aún sin poder asimilar la noticia. “Uno no se explica por qué lo mataron así. Eso fue una locura”.
El momento del ataque
El sábado, pasadas las 5 de la tarde, Darío recogió en El Rodadero a una pasajera: Yeliz Andrea Rada, de 37 años. Ella le pidió que la llevara hasta ese sector, donde tomaría otro transporte hacia Ciénaga, su pueblo natal.
Al llegar, Darío se bajó para ayudarla con una cava y unas bolsas. En ese instante, los pistoleros se acercaron y abrieron fuego sin piedad.
“Le dispararon al carro como si adentro hubiera un capo”, relató un testigo. “Yo escuché más de diez tiros. El hombre cayó al lado del taxi, todavía vivo, y la mujer quedó sin moverse”.
A su lado, los sicarios dejaron un cartel escrito a mano: “No queremos cienagueros en Santa Marta”.
Un mensaje frío, racista y brutal. Un aviso para toda una población trabajadora que a diario cruza la Troncal para vender, servir o buscar sustento en la capital.

“Murió por estar en el lugar equivocado”
Darío, de 63 años, apenas recibió dos impactos. Ninguno mortal. Todo indica que su muerte fue una consecuencia del ataque contra su pasajera y que por su avanzada edad no resistió.
“Él fue una víctima colateral. Se bajó a ayudar, como siempre lo hacía. No era un tipo de problemas, era de paz”, afirma uno de sus antiguos amigos. “Lo mataron por estar donde no debía, en el momento más desgraciado”.
Mientras agonizaba, Darío alcanzó a ver cómo los asesinos huían dejando el mensaje en el pavimento. Murió minutos después, en un centro asistencial al que fue llevado en su propio taxi por policías.

¿Quién era Yeliz Andrea Rada?
La otra víctima, Yeliz, era una mujer trabajadora y conocida en Ciénaga. Madre, luchadora, y dedicada a su pequeño negocio de venta de almuerzos y cervezas. Todos los días viajaba hasta Santa Marta para entregar pedidos y rebuscarse la vida.
“Ella no tenía nada que ver con nadie. Solo trabajaba, como todos nosotros”, dijo entre lágrimas una amiga. “Si la mataron por venir a vender aquí, ¿qué será de los demás que hacemos lo mismo?”.

La hipótesis: una guerra entre estructuras criminales
Un investigador judicial confirmó a Entérate en Línea que el doble homicidio lleva la marca de una organización criminal bien estructurada. “No fue un robo, ni una venganza personal. Es una acción de dominio territorial”, explicó.
Las primeras hipótesis indican que el ataque estaría relacionado con la guerra entre el Clan del Golfo y las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada (ACSN), que disputan el control del corredor Santa Marta–Ciénaga.
Ambos grupos financian sus operaciones mediante la extorsión y el microtráfico. Los comerciantes, transportadores y vendedores quedan atrapados entre dos bandos que exigen cuotas de “seguridad” bajo amenaza de muerte.
“El mensaje no era para Darío, sino para los cienagueros que colaboran con el grupo contrario”, añadió el investigador. “Buscan que la gente sienta miedo, que sepa quién manda”.
Otra hipótesis señala que la mujer era colaboradora del Clan del Golfo dentro de las actividades de microtrafico y eso le significó su muerte. Darío murió por prestarle el servicio de transporte público.

El miedo como forma de control
En los últimos meses, la presencia del Clan del Golfo se ha fortalecido en Ciénaga y Zona Bananera. A la par, las ACSN mantienen el control sobre varios sectores rurales y urbanos de Santa Marta. La tensión es constante.
“El territorio se les volvió un tablero de ajedrez donde las fichas son vidas humanas”, asegura un analista de seguridad consultado. “Este crimen es un mensaje de terror. Y lamentablemente, funcionó”.
Vecinos y conductores de taxi han comenzado a expresar su temor. Algunos incluso evitaron transitar la Troncal durante la noche siguiente al ataque. “No queremos ser el próximo Darío”, dijo uno de ellos.
“¿De quién es la ciudad y quién la gobierna?”
El defensor de derechos humanos Lerber Dimas expresó su indignación en redes sociales:
“Esto es demencial y merece un rechazo generalizado. ¿De quién es la ciudad y quién la gobierna? Santa Marta, Zona Bananera y La Guajira están entre balas asesinas. ¡A las calles! Hasta que @petrogustavo nos escuche. ¡A marchar sin temor, con dignidad y como gesto de rebeldía!”.
Mientras la investigación avanza, familiares y amigos de Darío preparan una despedida sencilla, como fue su vida. Su taxi, ahora inmóvil, es el símbolo de una ciudad que perdió a uno de sus buenos hombres.
Darío murió como viven los hombres decentes: trabajando, ayudando, confiando. No sabía que en esta tierra eso puede costar la vida. Lo ejecutaron sin saber su nombre, sin importar su historia, solo porque la muerte aquí no pregunta, ordena.
Y mientras su taxi quedó destrozado por los tiros, la ciudad siguió rodando, acostumbrada al sonido de los disparos y al silencio de las respuestas.
En Santa Marta, los buenos ya no mueren de viejos. Mueren por error.
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