
Desgarrador: en Pivijay padre carga a su hijo asesinado y lo lleva en moto para enterrarlo
En este municipio del Magdalena los muertos no los recoge el Estado, los recogen los padres. La violencia desbordada cobra otra vida y la escena del padre transportando el cadáver de su hijo en su motocicleta expone el abandono absoluto de las autoridades.
Por la trocha no se vio ni a Policía ni a la Fiscalía, solo una decena de curiosos que fueron testigos como un padre entre lágrimas y desesperación, se arrodilló frente al cuerpo de su hijo tirado en la tierra. No gritó. No esperó. No llamó a nadie. Simplemente lo recogió, lo abrazó como cuando era niño, y lo subió a su motocicleta. Iba sin vida, pero en sus brazos iba como si aún respirara.
La escena desgarradora, cruda, pero real quedó grabada en la memoria de quienes la vieron en Pivijay, municipio del Magdalena en el que el drama de la violencia ha dejado de ser noticia para convertirse en rutina. Nadie espera ya que las autoridades lleguen. Los padres entierran a sus hijos y los familiares hacen de sepultureros, forenses y dolientes, todo al mismo tiempo.
Los muertos que nadie cuenta
El joven asesinado no tenía antecedentes ni amenazas conocidas. Pero eso poco importa en una tierra donde los cuerpos aparecen sin causa clara y las investigaciones duermen eternamente. De la identidad del muchacho poco se habla, no porque no importe, sino porque en Pivijay el nombre del muerto es lo de menos. Lo que estremece es la forma en la que caen, sin justicia, sin protección, sin Estado.
“La situación humanitaria de Pivijay y de los corregimientos es muy preocupante. Van 22 homicidios aproximadamente, 19 reportados y tres más en subregistro porque la Fiscalía no realizó el procedimiento. Fueron enterrados directamente por sus familiares”, denunció con vehemencia la defensora de derechos humanos Norma Vera.
Criminales mandan
Las calles ya no son solo de los habitantes, también de los violentos. El miedo ha hecho que muchos callen, pero la crudeza de escenas como la del padre llevando a su hijo sin vida en moto hace imposible mirar hacia otro lado. En este municipio no hay garantías para vivir, pero tampoco para morir dignamente.
Los enfrentamientos entre grupos armados ilegales, las vendettas silenciosas y el control territorial que ejercen los criminales han puesto a Pivijay al borde de una crisis humanitaria. Pero, más allá de las cifras y los informes, está el drama humano, el del padre que no tuvo opción de esperar un levantamiento legal, porque nunca llegó.
Como ocurre con otros asesinatos en la región, el cuerpo del joven será sepultado por su familia seguramente sin una necropsia oficial. Nadie llegó a preguntar, a investigar, a tomar pruebas. La vida de ese muchacho, como la de tantos otros en Pivijay, no mereció ni un informe técnico ni una cinta amarilla de escena del crimen.
Así es el drama diario en el Magdalena profundo, donde ya no hay tiempo ni espacio para el duelo colectivo, solo para el miedo, el silencio y la rabia. Aquí los padres no solo lloran a sus hijos: los cargan, los entierran y los lloran en soledad.
La comunidad de Pivijay clama por una intervención seria y eficaz del Estado. Mientras tanto, cada muerte sin justicia deja la sensación de que aquí ya no hay gobierno, solo víctimas.
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