
Asesinan a hombre en su casa delante de su familia en Fundación
El sicario entró, lo llamó por su nombre y ante la mirada atónita de sus familiares le propinó varios tiros
El sonido de una moto rompió la calma del barrio Francisco de Paula Santander. En la carrera 20 con calle 15, dentro de una vivienda, Kenner Martínez disfrutaba de una tarde cualquiera, acompañado de su familia. No sabía que serían sus últimos minutos de vida.
Un grito seco, cortante, irrumpió en la tranquilidad del hogar. “Oye, Kenner”.
La voz desconocida lo hizo voltear instintivamente. Apenas giró la cabeza, los disparos lo alcanzaron de lleno. El estruendo de las balas se mezcló con los gritos de horror de sus familiares.
En cuestión de segundos, el sicario había cumplido su cometido: Kenner Martínez, de 30 años, cayó desplomado en la sala de su casa, mientras la vida se le escapaba entre la sorpresa y el dolor.
El verdugo no dudó ni un instante. Luego de descargar su arma, salió con prisa, subió a la motocicleta donde lo esperaba su cómplice y desapareció en la nada. Todo fue tan rápido que los vecinos apenas pudieron reaccionar.
Dentro de la vivienda, el tiempo pareció detenerse. El desconcierto se convirtió en desesperación cuando los familiares corrieron hacia Kenner, tratando de reanimarlo, aferrándose a la esperanza de que aún respiraba. Pero la muerte había sido más veloz. La sangre se expandía por el suelo y su piel ya no respondía.
Los minutos siguientes fueron de caos. Llamadas frenéticas a las autoridades, sollozos ahogados, miradas incrédulas.
Afuera, los vecinos se aglomeraban, murmurando entre sí, algunos indignados, otros simplemente con la resignación de quien ha visto demasiado.
El asesinato de Kenner Martínez es otro capítulo de la violencia que sacude a la zona norte de Magdalena. Las autoridades ya han iniciado las investigaciones, pero en el barrio la sensación de impunidad pesa más que cualquier promesa de justicia.
En la sala de aquella casa, donde hasta hace poco se oían risas y conversaciones cotidianas, solo queda el eco de un nombre llamado por la muerte. “Oye, Kenner”, y después, el silencio
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