Alias El Lágrima, socio criminal y brazo sangriento del narco-influencer ‘El Menor’ en la Sierra


El socio y mano derecha de alias El Menor se ha convertido en el ejecutor de homicidios selectivos en Magdalena y La Guajira. Su nombre es sinónimo de miedo en pueblos y veredas, mientras las autoridades lo buscan como uno de los sicarios más despiadados de la región.

Miler Mendoza, conocido en el bajo mundo como El Lágrima, con solo 22 años es la pieza clave que sostiene el poder criminal de Naín Andrés Pérez Toncel, alias El Bendito Menor. Mientras el joven narco-influencer exhibe su vida de lujos en redes sociales y desafía a las autoridades con publicaciones constantes, Mendoza se encarga de la parte más brutal de la estructura: autorizar, coordinar y ejecutar homicidios selectivos en La Guajira y en la zona rural de Santa Marta, en inmediaciones de la Sierra Nevada.

Ambos se han convertido en los rostros del miedo. En videos difundidos por los mismos grupos armados aparecen conduciendo camionetas y motos de alto cilindraje, escoltados por hombres con fusiles en mano que recorren pueblos y veredas como si se tratara de territorio sin ley. La estrategia es clara: combinar la exhibición mediática con la imposición violenta del terror.

El poder de la dupla criminal

De acuerdo con fuentes de inteligencia, Naín a sus 25 años lidera un brazo grueso de las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada (ACSN) con al menos un centenar de hombres armados. Su rol principal es coordinar extorsiones y el negocio del narcotráfico que fluye por rutas estratégicas hacia el Caribe. Pero es El Lágrima quien mueve los hilos más oscuros: contactar a los sicarios, planear asesinatos y pagar por cada encargo.

Las autoridades no dudan en vincularlos con una de las masacres más crudas registradas en los últimos meses. Ocurrió en el corregimiento de Dibulla, La Guajira, donde cuatro hombres —Gamalier, Iván David, Joenne José y Ubencio, entre 24 y 70 años— fueron asesinados dentro de una vivienda.

Solo uno de ellos, Iván David, tenía antecedentes por concierto para delinquir y fuga de presos. Según los investigadores, los cuatro habían pertenecido a las ACSN, pero tras fortalecer sus finanzas y conocer las rutas del narcotráfico, decidieron crear su propia organización. Ese intento de independencia fue considerado una traición por Naín y Miler, quienes irrumpieron en el lugar donde las víctimas cerraban un negocio ilícito. La respuesta fue brutal: los ejecutaron uno a uno y grabaron la masacre para enviarla como mensaje de advertencia.

El operativo fallido en Guachaca

Esta semana, Naín y Miler estuvieron a punto de caer. Un megaoperativo en Guachaca, zona rural de Santa Marta, tenía como objetivo capturarlos. Sin embargo, ambos lograron escapar de la finca campestre donde se escondían. Ese día cayó Rosa Angélica Tarazona, alias La Bebecita, pareja de Naín y también figura visible de la estructura criminal.

La caída de Tarazona parecía ser un golpe fuerte, pero la realidad mostró lo contrario: Naín sigue activo en redes sociales, mostrándose tranquilo y conduciendo motos por la Troncal del Caribe. De su lado, El Lágrima no se ha ocultado y las autoridades sostienen que continúa moviendo la maquinaria de muerte en la región.

Rostros del miedo

Hoy, la dupla juvenil de Naín y Miler simboliza la capacidad de mutación del crimen organizado en el Caribe. Mientras uno se proyecta como narco-influencer que seduce a jóvenes con imágenes de poder y dinero, el otro consolida la estructura con violencia sistemática. Entre ambos, logran mantener un dominio que combina el control de economías ilegales con la intimidación directa de la población.
Por Naín existe una millonaria recompensa que busca motivar su captura. Por Miler, la persecución es igual de intensa: las autoridades lo catalogan como un sicario despiadado y de alta peligrosidad. Hasta ahora, ambos parecen intocables, desafiando al Estado y consolidándose como los dueños del miedo en veredas, pueblos y ciudades de Magdalena y La Guajira.

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La historia de El Lágrima deja en evidencia que el poder criminal del narco-influencer no se sostiene solo en redes sociales. Se cimenta, sobre todo, en la sangre derramada por quienes un día fueron sus aliados y luego se convirtieron en enemigos.


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