
En Santa Marta casi 70 mil personas viven con 242 mil pesos al mes
Santa Marta ocupa el noveno lugar entre las 23 ciudades principales con mayor incidencia de pobreza.
En las calles polvorientas del barrio Once de Noviembre, Claudia Jiménez sirve arroz y frijoles para sus tres hijos. Con $242.000 pesos al mes, ella forma parte de las 68.269 personas en Santa Marta que viven en condición de pobreza extrema, ingresos que no alcanzan ni siquiera para cubrir una canasta básica de alimentos.
«A veces sólo comemos una vez al día. Lo que gano vendiendo empanadas apenas alcanza para los frijoles», cuenta la mujer.
Según datos del DANE, la pobreza extrema en Santa Marta se redujo al 12,3 %, pero sigue siendo un desafío monumental.
Aunque casi 20.000 personas salieron de esta condición, la cifra continúa superando el promedio nacional (11,4 %). A nivel general, la pobreza monetaria en el distrito afecta al 39,7 % de la población, lo que significa que más de 220.000 samarios sobreviven con menos de $464.466 pesos al mes.
La pobreza en Santa Marta no es solo una cifra. Es el rostro de madres como Claudia, quienes deben decidir entre pagar el arriendo o alimentar a sus hijos. Es la historia de miles de jóvenes que abandonan sus estudios porque no pueden costear uniformes o transporte.
El contexto de la desigualdad
Santa Marta ocupa el noveno lugar entre las 23 ciudades principales con mayor incidencia de pobreza. Las razones son múltiples: altos índices de informalidad laboral, falta de acceso a educación de calidad y servicios básicos deficientes.
Las políticas públicas, aunque han logrado avances, no han sido suficientes para abordar las causas estructurales del problema.
Para Pedro Álvarez, economista y analista económico, la situación requiere un enfoque integral. «El crecimiento económico por sí solo no resolverá el problema. Necesitamos políticas que fortalezcan la educación, promuevan el empleo formal y mejoren el acceso a servicios públicos», explica.
Historias de lucha y esperanza
Carmen Martínez, otra residente de Santa Marta, encontró una luz en medio de la precariedad. Gracias a un programa de capacitación en modistería, logró abrir un pequeño taller en su casa.
«Antes trabajaba como empleada doméstica, pero ahora hago uniformes escolares. No es mucho, pero me ha permitido salir adelante», comparte emocionada.
Sin embargo, no todas las historias tienen un final esperanzador. Jaime Rueda, un joven de 19 años que sueña con ser técnico en sistemas, ha visto truncado su camino por la falta de oportunidades.
«Estudié hasta noveno grado porque mis papás no tenían con qué comer. Ahora trabajo como mototaxista, pero quiero algo mejor», relata.
El camino hacia una solución
Reducir la pobreza en Santa Marta exige un esfuerzo conjunto entre el gobierno, el sector privado y la comunidad.
Programas como la «agenda turística sostenible», que busca generar empleo a través del turismo responsable, y la capacitación técnica en sectores como la construcción y la tecnología, podrían marcar la diferencia.
El reto no es menor, pero Claudia, Carmen y Jaime representan la resiliencia de una ciudad que lucha por cambiar su destino. Como señala Pedro Álvarez, «la pobreza no es inevitable; es una elección de políticas. Si actuamos juntos, podemos cambiar las cifras por vidas transformadas».
A medida que Santa Marta avanza hacia un futuro incierto, la esperanza reside en que las historias de Claudia y miles de samarios se conviertan en ejemplo de superación y no en recordatorios de lo que falta por hacer.
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