El eco de un despojo: los Arhuacos enfrentan nuevamente la amenaza de perder su tierra sagrada


Los Arhuacos enfrentan un desafío que parece arrancado de un capítulo oscuro del pasado. Este predio que encarna su conexión espiritual y cultural con la tierra, está en riesgo de serles arrebatado.

Por siglos, los Arhuacos han sido guardianes de la Sierra Nevada de Santa Marta, protegiendo no solo sus montañas, ríos y valles, sino también el alma misma de este territorio: sus sitios sagrados. Pero hoy, el fantasma del despojo vuelve a acecharlos. 

La Sociedad de Activos Especiales (SAE) ha lanzado una advertencia que revive viejas heridas: si no pagan más de 240 millones de pesos en impuestos prediales acumulados y pólizas de garantía antes del 29 de diciembre, Katanzama, uno de los espacios espirituales más importantes para este pueblo, podría serles arrebatado.

Para los Arhuacos, que han resistido la colonización, la evangelización forzada y el despojo territorial a lo largo de los siglos, la amenaza no es nueva. “No es justo que hoy nos pidan pagar impuestos. Esto es totalmente contrario a nuestros derechos. Pedimos al señor Presidente que nos libere de esta carga, porque no tenemos la capacidad económica y estas normativas no deberían aplicarse a un pueblo ancestral como el nuestro”, dice Luis Salcedo Zalabata, gobernador del Cabildo Arhuaco.

El peso de la historia

El despojo territorial no es un concepto abstracto para los pueblos indígenas de la Sierra Nevada. Durante la época colonial, sus tierras fértiles y ricas en recursos les fueron arrebatadas para instalar haciendas y plantaciones. Durante el siglo XX, la llegada de proyectos agroindustriales y turísticos empujó a los Arhuacos a las zonas más altas y menos accesibles de la Sierra.

Ahora, en el siglo XXI, la amenaza no viene de conquistadores o empresarios, sino de un Estado que parece no comprender las particularidades de los pueblos indígenas. Katanzama, ubicado entre Don Diego y Palomino, no es solo un pedazo de tierra. Es un puente espiritual entre la Sierra y el mar, un lugar donde los Arhuacos se conectan con sus ancestros, realizan rituales y celebraciones, y preservan sus saberes ancestrales.

La angustia de un pueblo

En Katanzama también funcionan un colegio indígena y un proyecto de la Universidad del Magdalena que busca construir la primera universidad intercultural del país, un espacio donde los jóvenes indígenas puedan recibir educación superior sin abandonar sus raíces. Pero todo esto está en riesgo.

“Estamos muy angustiados por esta situación. No sabemos qué hacer para evitar un posible desalojo de este lugar sagrado que tiene una importancia muy grande para nuestro pueblo”, confiesa Salcedo Zalabata.

El rector de la Universidad del Magdalena, Pablo Vera Salazar, ha mostrado su apoyo al pueblo Arhuaco. “Retirar este territorio a sus legítimos propietarios sería un acto que contradice su derecho histórico y cultural. Este lugar es un modelo único que busca integrar los saberes ancestrales con la educación superior, promoviendo la reconciliación y el desarrollo sostenible”, señala Vera Salazar.

Un patrón que se repite

La exigencia de la SAE de cumplir con requisitos económicos resulta incomprensible para una comunidad cuya riqueza no se mide en pesos, sino en conocimientos, espiritualidad y armonía con la naturaleza. La situación no es solo un problema jurídico, sino un reflejo de un patrón histórico que los pueblos indígenas han enfrentado una y otra vez: ser despojados de sus tierras por no cumplir con normas que no se ajustan a su realidad.

“Estas condiciones son inalcanzables para un pueblo que ha protegido este territorio durante siglos”, insiste el gobernador Arhuaco.

Un llamado al Gobierno

Ante la amenaza inminente, las autoridades Arhuacas, junto con la Universidad del Magdalena, han elevado un llamado urgente al Presidente Gustavo Petro. Piden la titulación definitiva del predio y la liberación de las normativas económicas que ponen en riesgo su permanencia en Katanzama.

Para Vera Salazar, este es un momento decisivo. “Este es un acto de justicia que simboliza restituir los derechos de nuestros pueblos indígenas después de siglos de lucha”, afirma.

El tiempo corre

La fecha límite se acerca, y la incertidumbre crece entre los Arhuacos. No solo temen perder un espacio físico, sino el corazón de su espiritualidad y cultura. En un país que busca reconciliarse con su historia, la situación de Katanzama plantea una pregunta crucial: ¿permitirá Colombia que se repita el despojo colonial, o tomará medidas para proteger a quienes han sido sus guardianes durante siglos?

Katanzama no es solo un lugar. Es un símbolo de resistencia, identidad y esperanza. Su destino, como el del pueblo Arhuaco, debería importar a todos los colombianos. Porque defender Katanzama es defender el alma misma de Colombia.


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