Con maquinaria amarilla, en menos de 100 días, la Gobernación del Magdalena ha intervenido más de 254 kilómetros de vías terciarias en ocho municipios y Santa Marta.
En medio de un paisaje verde y fértil, las tierras de los campesinos del Magdalena hoy parecen estar más lejos que nunca. Lo que antes eran caminos polvorientos que conectaban las veredas y corregimientos con el resto de la civilización, ahora son interminables charcos de lodo que se tragan las llantas de las motos y los esfuerzos de quienes intentan seguir adelante.
Las vías terciarias, que representan el único acceso a la civilización para miles de familias rurales, están destruidas por completo, sepultando bajo barro los sueños de los que dependen de ellas.
A medida que las lluvias golpean sin tregua, la situación empeora día a día. Los niños, que deberían estar en sus aulas aprendiendo, se enfrentan a una travesía diaria casi heroica. Con sus uniformes cubiertos de barro y los pies hundidos en charcos interminables, avanzan con la esperanza de llegar a tiempo a clases.
Pero para muchos, llegar a la escuela es casi un milagro. “Mi hija tiene que salir a las cinco de la mañana para poder llegar al colegio, y a veces ni llega porque el lodo la atrapa en el camino”, cuenta Rosalba Jiménez, una madre de familia del corregimiento de La Secreta.
“No podemos salir, no podemos entrar”
Los campesinos, acostumbrados a las inclemencias del tiempo y la dureza de su trabajo, hoy se sienten vencidos.
“Ya no es solo que no podamos vender lo poco que sembramos, es que no podemos ni siquiera salir a hacer una vuelta al pueblo. El lodo lo tiene todo paralizado”, dice José María Rodríguez, un agricultor de la vereda de Cordobita, quien se siente impotente al ver que sus productos de siembra se pudren mientras él está atrapado.
La situación ha empeorado tanto que los vehículos no pueden circular por estas vías. Las motos, que antes eran el transporte más fiable, quedan varadas en el lodo o, en el peor de los casos, sus conductores terminan cayendo. “A mi marido ya lo sacaron tres veces de los charcos con la moto rota, y ni para llevarla a arreglar hay camino”, dice María Antonia Pérez, habitante de Siberia, quien ahora teme que, en caso de una emergencia, ni siquiera una ambulancia pueda llegar a tiempo.
El clamor por ayuda
En medio de esta desesperanza, las palabras del gobernador del Magdalena, Rafael Martínez, intentan ser un bálsamo, aunque los habitantes saben que la situación supera la capacidad de respuesta de la administración departamental.
“En vías, en este departamento, tenemos un retraso de 200 años. Se dedicaron al saqueo y nunca hicieron vías, el 90 por ciento de la red terciaria o rural está en mal estado por invierno, y no tenemos la capacidad de estar en todos los municipios al tiempo”, reconoce Martínez, mientras supervisa uno de los bancos de maquinaria amarilla que ha dispuesto en varios municipios.
Con más de 32 máquinas en el terreno, el gobierno departamental ha intentado dar respuesta a la crisis, dando como resultado la intervención importante de más de 254 kilómetros de vías terciarias en 100 días de trabajo.
“Sabemos que el invierno no da tregua, pero también necesitamos respuestas rápidas. Si mi hijo se enferma de gravedad, no sé cómo lo voy a sacar de aquí. Y no soy el único que piensa así”, explica Juan Carlos Moreno, otro campesino de las zonas afectadas.
Como él, miles de familias dependen de la llegada de estas maquinarias para poder restaurar algo tan esencial como sus caminos.
Las intervenciones de emergencia que adelanta la Gobernación abarcan más de 23 frentes de trabajo en municipios como Pivijay, Fundación, El Banco y Ciénaga, incluso en la propia Santa Marta. Pero el lodo sigue extendiéndose como una sombra imparable.
«Estamos haciendo un gran esfuerzo porque somos conscientes de los perjuicios que causa esta problemática en el diario vivir de los magdalenenses», asegura Martínez, quien ratifica su compromiso de continuar avanzando con la maquinaria amarilla que se heredó desde la administración de Carlos Caicedo.
Para los campesinos que viven en zonas dispersas, cada día que pasa, el lodo se convierte en un nuevo enemigo que amenaza con aislarlos aún más.
Un futuro incierto bajo la lluvia
Mientras las lluvias persisten, el Magdalena rural enfrenta un desafío titánico. Las vías, que son su símbolo de conexión y esperanza, hoy representan un obstáculo insuperable para la vida cotidiana. Los niños, las motos y los sueños se hunden cada día un poco más en el barro. Y aunque las maquinarias han comenzado a trabajar, el futuro de estos campesinos sigue suspendido, atado a un destino incierto bajo la implacable lluvia.
“Lo único que queremos es que el lodo nos deje vivir en paz”, sentencia doña Rosalba, mientras observa el horizonte gris, donde solo se escucha el silencio de los caminos destrozados y la esperanza que se ahoga, una vez más, en el barro.
“Aquí tienen un gobernador que está trabajando por ustedes por su bienestar y sus necesidades. Dónde nos necesiten allá estaremos. Seguimos trabajando de manera impecable”, puntualiza el mandatario departamental Rafael Martínez.