Las desapareció y se burló del dolor: el hombre que mató a su esposa y a su hija y ahora se niega a revelar dónde las enterró”


Tres meses de silencio, mentiras y una tragedia que nadie quiso aceptar. En un barrio de Barranquilla, una madre y su hija de 10 años desaparecieron tras una pelea doméstica. Hoy, las autoridades confirman que su esposo admitió haberlas matado y enterrado, pero se niega a decir dónde.

La angustia comenzó en el barrio Me Quejo el día en que una madre y su hija desaparecieron. Los vecinos recuerdan con precisión cuándo dejaron de escuchar la voz de Dayana Carolina Ochoa, de 36 años, y la risa de su hija, Lucía, de apenas 10. Fue después de una discusión con Luis Carlos Vengoechea, esposo y padrastro, quien se habría salido de control. Después de eso, la casa quedó muda.

Lo que vino luego fue un silencio total. Los vecinos tocaron la puerta, preguntaron, insistieron. Luis siempre respondió lo mismo: “Ellas viajaron”. Pero no decía a dónde, con quién ni cuándo volvían. Al mismo tiempo, lo escuchaban mover tierra durante la noche. Golpes secos, paladas largas, un sonido que ahora todos sienten que ignoraron.

Una vecina recuerda la imagen que la persigue desde entonces:

—“Una noche los gallinazos comenzaron a dar vueltas sobre la casa y no entendimos por qué… después, él puso la casa en venta y dejó de aparecer”.

El barrio ya estaba convencido de lo peor cuando el caso llegó a manos del CTI. Este miércoles, los uniformados entraron a la vivienda que alguna vez fue hogar, levantaron baldosas, rompieron el piso, cavaron en el patio y en cada rincón donde pudiera esconderse un crimen. No encontraron nada. Ni un rastro. Ni un cabello. Ni una prenda.

Pero la verdad salió de la boca del único que podía destruir o confirmar las sospechas. Luis Carlos, retenido por las autoridades, rompió el silencio con una frase tan cruel como escalofriante:

—“Así busquen lo que busquen, nunca las van a encontrar”.

No dijo más. No explicó cómo, cuándo ni dónde. Solo dejó caer esa frase que congeló a los investigadores y disparó la rabia de una comunidad que hoy se siente engañada, impotente y cómplice involuntaria de una tragedia que tal vez estuvo frente a sus ojos.

Dayana y Lucía siguen desaparecidas. Sus vecinos viven con la culpa de haber escuchado demasiado tarde lo que ahora parece obvio. Y el presunto asesino, el hombre que compartió techo y vida con ellas, juega al silencio mientras la familia no tiene ni siquiera un lugar donde llorarlas.

Esto no es solo un feminicidio. No es solo un crimen.

Es una desaparición doble, fría y premeditada, marcada por la frase de un hombre que decidió enterrar un secreto… y que aún se niega a mostrar dónde lo escondió.


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