Enviado a prisión el amigo que asesinó y ocultó el cuerpo de un sacerdote en Colombia


Julián Eduardo Cifuentes Gómez, el amigo cercano que confesó haber asesinado al sacerdote Darío Valencia Uribe y ocultado su cuerpo, fue extraditado desde Francia y ya está en prisión en Colombia. Enfrenta cargos por homicidio agravado y desaparición forzada.

El hombre que mató al sacerdote Darío Valencia Uribe ya está en prisión. Julián Eduardo Cifuentes Gómez, su amigo más cercano y la última persona que lo vio con vida, fue extraditado desde Francia tras confesar el crimen y entregar la ubicación del cuerpo.

Lo que comenzó como una aparente cita tranquila para concretar la venta de una camioneta terminó destapando una traición inimaginable. Durante meses, la desaparición del párroco en Risaralda mantuvo en vilo a toda la comunidad católica, hasta que las piezas del caso empezaron a encajar de la forma más cruel: el amigo en quien más confiaba había sido su verdugo.

El 25 de abril de 2024, el padre Darío salió solo para encontrarse con Cifuentes, quien le había manifestado interés en comprarle su vehículo. Ambos mantenían una relación cercana, hablaban con frecuencia y nadie sospechaba que aquel vínculo sería el motor de uno de los crímenes más estremecedores de la región.

Según los investigadores, el sacerdote nunca vio el ataque venir. Cifuentes le disparó por la espalda y ocultó el cuerpo en una zona remota para evadir cualquier rastro. La camioneta apareció días después en un parqueadero de Viterbo con manchas de sangre, confirmando que lo que había ocurrido era mucho más grave que una simple desaparición.

La reconstrucción del crimen mostró una huida torpe y desesperada. Horas después del asesinato, varios testigos vieron a Cifuentes conduciendo el vehículo del sacerdote en un lavadero de autos, cubierto de barro, usando guantes azules y exigiendo que lo limpiaran de inmediato. Allí pidió herramientas, desmontó la silla del conductor y dejó la pieza tirada. Los empleados recuerdan que entregó una pistola traumática, escondió otra entre su ropa y regaló la vestimenta que llevaba puesta, intentando borrar cualquier evidencia.

El vehículo terminó revelando el resto: tres vainillas percutidas, una navaja verde en el piso y dos armas enterradas bajo el asiento. Con esos indicios, la Fiscalía confirmó que estaban ante un homicidio.

Mientras el expediente crecía, Cifuentes escapó hacia Europa. Pero el cerco internacional lo alcanzó rápido. Fue detenido en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París, por una orden de Interpol. Allí, lejos de Colombia y acorralado por las pruebas, terminó confesando. Admitió haber matado al sacerdote y entregó el punto exacto donde lo había ocultado.

Gracias a esa información, las autoridades hallaron los restos del padre Darío en un abismo cubierto de vegetación. La revelación abrió el camino para que Francia aprobara la extradición y, tras los trámites diplomáticos, Cifuentes fue enviado a Bogotá, donde quedó bajo custodia para responder por homicidio agravado y desaparición forzada.

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Aunque la pena inicial era de 436 meses, quedó reducida a 218 —18 años y dos meses— tras aceptar los cargos. En Pereira, en la iglesia María Auxiliadora, donde el sacerdote sirvió durante años, los feligreses hablan de perdón, pero también de la necesidad de justicia. Detrás de la condena, persisten preguntas que aún duelen: ¿Por qué lo mató? ¿Qué ocurrió realmente ese día? ¿Qué pudo llevar a un amigo a traicionar así a un hombre de fe?


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