
El niño de 13 años con historial criminal que terminó ejecutado por sicarios
El menor con más de 30 antecedentes por infracciones juveniles y cuya familia había pedido protección, fue asesinado de un disparo en la cabeza en Marabá.
Elías Brito de Oliveira tenía solo 13 años, pero ya cargaba encima un historial delictivo que en Marabá, Brasil pocos adultos habían acumulado. Para muchos vecinos, su nombre era sinónimo de miedo: robos a mano armada, golpizas, amenazas, distribución de drogas y una violencia que parecía no tener freno. Para otros, era un niño inteligente, rápido para aprender, pero que nunca tuvo guía, oportunidades ni un adulto que lo sacara de la calle. Esa combinación —inteligencia sin rumbo en un entorno violento— terminó por sellar su destino.
Según testigos, dos hombres en motocicleta se acercaron sin prisa, lo identificaron en segundos y no dijeron una palabra. Le dispararon en la cabeza y huyeron. El niño quedó tendido en plena calle, a trece días de haber celebrado un cumpleaños que sería el último. La escena confirmó lo que en el barrio muchos sabían: hacía semanas lo tenían sentenciado.
Elías acumulaba más de 30 antecedentes ante las autoridades de Pará. Su expediente incluía robos con cuchillo —algunos de ellos contra mujeres a las que atacaba sin vacilación—, daños a la propiedad, agresiones y episodios relacionados con microtráfico. A esa edad, ya conocía el funcionamiento de las redes de venta de drogas mejor que cualquier adulto promedio. La calle lo había adoptado como soldado, y él había aceptado el rol.
Su madre lo había advertido. Semanas antes del asesinato acudió al Ministerio Público para denunciar que su hijo estaba amenazado. Había pedido protección, insistió en que lo estaban buscando para matarlo, pero el sistema no actuó. Elías volvió a las mismas esquinas, a los mismos círculos y a los mismos riesgos. Fue cuestión de tiempo.
El crimen desató la indignación de Marabá. No solo por la edad del menor, sino por la cadena de fallas que lo rodeaban: un niño que entró en la delincuencia temprano, un Estado que no logró intervenir, una familia sin herramientas y un entorno criminal que recluta menores como si fueran reemplazables. La violencia que Elías ejercía y la que terminó recibiendo forman parte del mismo ciclo que hoy alarma a Brasil.
En redes sociales y medios locales, su nombre se convirtió en símbolo de una realidad que crece en silencio: menores metidos hasta el fondo en economías ilegales, abandonados institucionalmente y expuestos a retaliaciones mortales.
Las autoridades intentan identificar a los asesinos. Buscan motivos, vínculos y antecedentes. Pero en Marabá, muchos vecinos sienten que esa respuesta llega tarde. Elías había mostrado señales de alerta durante años. Y aun así, terminó como tantos niños que la violencia recluta y luego descarta: muerto en una calle oscura, sin haber cumplido siquiera quince años, y con una vida marcada por un destino que nadie logró corregir.
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