El hombre fue baleado mientras conversaba con amigos en un estadero del barrio La Paz. El atacante huyó sin dejar rastro y la comunidad cuestiona por qué la víctima se expuso si, según dicen, tenía problemas pendientes.

El domingo avanzaba sin complicaciones en la zona de bares del barrio La Paz. Música fuerte, mesas llenas y un ambiente típico de fin de semana. Allí estaba Carlos Mestre, conocido como Cayito, compartiendo unos tragos con amigos.

Estaba tranquilo, relajado, hablando de cualquier cosa, sin imaginar que esa sería su última conversación.

El ambiente de fiesta fue interrumpido por la criminalidad. Un hombre se acercó por detrás sin llamar la atención. Nadie lo vio venir. Sin decir palabra, apuntó directo a la espalda de Mestre y disparó varias veces. En ese momento el panorama cambió drásticamente: gritos, gente corriendo, sillas arrastradas, el desorden que deja un ataque cuando nadie está preparado.

Cayito cayó al piso mientras sus amigos intentaban reaccionar, y el sicario desapareció en cuestión de segundos entre el tumulto. Lo trasladaron de inmediato a un centro asistencial, aún con la esperanza de que sobreviviera. Pero los médicos no pudieron hacer nada. La familia llegó poco después, alertada por un mensaje urgente, solo para escuchar la noticia que nunca quisieron recibir: Carlos había muerto.

En el barrio, la pregunta que se repite es la misma: ¿por qué lo mataron así? Quienes lo conocían no entienden cómo, si tenía enemigos o problemas pendientes, estaba tan tranquilo, casi confiado, pasando la noche en un sitio tan público. “Estaba dando papaya”, murmura más de uno, señalando que la discoteca terminó siendo el lugar perfecto para convertirlo en blanco fácil.

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La Policía investiga los móviles, pero la comunidad sigue impactada por la frialdad del ataque. Fue un sicario que llegó, cumplió su objetivo y se perdió sin dejar rastro.