El ‘Mono Pecas’ cayó en un esquina de Gaira: los sicarios llegaron, dispararon y dejaron el miedo como testigo


Lo mataron sin darle tiempo de nada. Estaba sentado frente al estadero El Colibrí, en Gaira, cuando dos sicarios en moto llegaron, le apuntaron y le dispararon a quemarropa. Intentó correr, pero las balas lo alcanzaron en el pecho. Cayó en plena calle, agonizando mientras su familia, entre gritos y lágrimas, se aferraba a su cuerpo. Nadie se atrevió a decir una palabra. El miedo volvió a mandar en el barrio.

Eran pasadas las ocho de la noche cuando los sicarios incursionaron nuevamente en Gaira. En la esquina del estadero El Colibrí, John Jairo García Romo, conocido por todos como el Mono Pecas, charlaba con amigos. No alcanzó a sospechar nada. En segundos, el parrillero de la moto sacó un arma y comenzó a disparar.

El primer tiro lo hizo reaccionar, intentó correr, pero el segundo impacto en el pecho lo tumbó. Quedó tendido en el suelo, con los ojos abiertos y las manos buscando aire. Agonizó unos minutos mientras el sonido del motor de los asesinos se perdía entre las calles del barrio.

La escena se llenó de gritos y confusión. Su familia llegó corriendo, lo abrazó en el pavimento y trató de moverlo, sin entender que ya no había nada qué hacer. “¡Despierta, John Jairo!”, gritó una mujer mientras el cuerpo se le enfriaba entre los brazos.

El lugar, que hasta hace poco estaba lleno de risas, se convirtió en un punto de terror. Las botellas quedaron rodando en el piso, las sillas volcadas, y la sangre del Mono Pecas marcó la esquina donde cayó.

Las autoridades llegaron cuando el barrio ya estaba en silencio. Nadie quería hablar. Algunos se asomaban desde las ventanas, otros cerraban las puertas. “Aquí es mejor no decir nada”, comentó un hombre, mirando hacia el suelo.

Los policías recogieron las vainillas y trasladaron el cuerpo, pero la escena decía más que cualquier informe: un nuevo asesinato en Gaira, otro nombre que se suma a la lista de muertos sin justicia.

De el Mono Pecas pocos se atreven a hablar. Algunos lo describen como alegre, conversador, amigo de todos; otros simplemente callan. En Gaira, el silencio es una forma de sobrevivir.

Esa noche, la esquina de El Colibrí quedó vacía. Ya no hubo música, ni risas, ni charla. Solo el eco de los disparos recordando que, una vez más, la violencia volvió a ganar.


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