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Le dispararon sirviendo una cerveza y quedó paralizado: su madre, enferma de cáncer, hoy lo cuida


El joven de 20 años, recibió un balazo en el rostro mientras trabajaba en un estadero en Baranoa. El ataque lo dejó inmóvil y dependiente de un respirador. Su madre, que lucha contra un cáncer de ovario, se convirtió en su enfermera y única compañía.

El disparo que cambió la vida de José Antonio Pérez lo recibió a las cinco de la tarde del 4 de junio.

En el estadero donde trabajaba, en Baranoa, Atlántico, el ambiente era el de siempre: música, risas y calor. José servía cervezas cuando un hombre armado entró preguntando por el dueño. Sin esperar respuesta, jaló el gatillo. La bala le atravesó la boca y se alojó en su médula espinal.

Cayó al suelo sin poder moverse. Desde entonces, José, de apenas 20 años, permanece inmóvil en una cama. Los médicos lograron extraer la bala, pero el daño fue irreversible: perdió la movilidad de la cintura hacia abajo y depende de un respirador para sobrevivir. Su cuerpo no responde, pero su mente sigue despierta, consciente de la tragedia que le arrebató sus sueños de ser enfermero y padre.

Antes del ataque, había dejado la universidad para trabajar y sostener a su madre, Marta Herrera, diagnosticada con cáncer de ovario. Con los 35 mil pesos que ganaba al día compraba los medicamentos de su mamá y ahorraba para la llegada de su hijo. Hoy, las fuerzas se invirtieron: Marta, en medio de sus quimioterapias, se convirtió en su cuidadora.

Cada mañana, a pesar del dolor, Marta limpia las heridas de su hijo, cambia los vendajes y lo alimenta con una ternura que solo puede nacer del amor desesperado.

“Yo sigo viva solo para cuidarlo —dice con la voz quebrada—. Si yo falto, ¿quién lo levanta? ¿quién le habla?”.

El cuarto donde viven está impregnado de olor a medicamentos y esperanza. La EPS apenas cubre lo básico; las gasas, los guantes y los paños los compran con la ayuda de vecinos que organizan rifas o donan lo que pueden. Del municipio, nada. Del Estado, silencio.

Mientras tanto, el estadero donde ocurrió el ataque cerró sus puertas. En el barrio todos prefieren callar. Dicen que el crimen estaría relacionado con extorsiones, pero nadie se atreve a hablar.

José mira al techo desde su cama, respirando con dificultad. Su madre le toma la mano y le promete que no lo dejará solo. Ella lucha contra el cáncer; él, contra las secuelas de una bala.
Ambos resisten juntos, en medio del abandono, sosteniéndose con lo único que no les pudieron arrebatar: el amor.


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