
Dos inocentes cayeron bajo las balas de la guerra narco en Santa Marta
La violencia del narcotráfico volvió a golpear a Santa Marta con dos crímenes que estremecieron a la ciudad. El taxista Darío Mendoza Noguera y el barbero Mathius Becerra murieron en circunstancias distintas, pero con un mismo sello: víctimas inocentes de la guerra por el control de la droga y la extorsión. Ninguno tenía antecedentes. Ninguno debía morir así.
La guerra que se libra en las calles de Santa Marta por el dominio del microtráfico y la extorsión dejó dos víctimas que no tenían nada que ver con ese mundo. Dos hombres trabajadores, conocidos por su honestidad, cayeron bajo las balas que iban dirigidas a otros.
El primero fue Mathius Becerra, un barbero de 34 años que soñaba con expandir su negocio en el barrio El Parque. Era querido por sus clientes, a quienes recibía con una sonrisa y un parlante encendido con vallenatos o champeta. Nada en su vida hacía sospechar que un día se convertiría en protagonista de una tragedia.
Según testigos, minutos antes del ataque un cliente con rasgos similares había salido de la barbería. Los sicarios, que lo perseguían, irrumpieron en el local sin mediar palabra y abrieron fuego contra Mathius, quien estaba sentado en la silla de siempre. Lo confundieron. Lo mataron sin verificar a quién disparaban.
Su familia no logra aceptar lo ocurrido.
“Era un pelado trabajador, sin problemas, sin enemigos”, repiten una y otra vez sus allegados, intentando encontrar una explicación que no existe.
Días después, el turno de la desgracia fue para Darío Mendoza Noguera, un taxista de 63 años, veterano de las calles y ejemplo de honradez. Aquella tarde, Darío recogió en El Rodadero a una mujer que solo necesitaba transporte hasta la Troncal del Caribe. No sabía que ella estaba siendo seguida por un grupo armado.
Cuando llegaron al destino, Darío se bajó para ayudarle a descargar unas cosas del baúl. En ese momento, los sicarios aparecieron y abrieron fuego contra la mujer. Ella intentó correr, pero fue alcanzada por las balas. En medio del tiroteo, una de las proyectiles impactó al taxista, que cayó malherido junto a su vehículo amarillo.
Los testigos salieron a socorrerlo, pero ya no había mucho por hacer. En el suelo, Darío agonizaba mientras observaba cómo su vida se apagaba sin entender por qué. Los asesinos huyeron dejando un cartel con un mensaje intimidante dirigido a otros, no a él.
Indignación y miedo
Ambas muertes causaron indignación y miedo. Las calles donde ocurrieron los hechos se llenaron de silencio y de miradas desconfiadas. Nadie quiere hablar, pero todos piensan lo mismo: si a ellos, que eran inocentes, les tocó morir así, ¿quién puede sentirse a salvo?
Las autoridades confirmaron que ni Darío ni Mathius tenían antecedentes judiciales ni nexos con grupos criminales. Eran hombres comunes, parte del tejido social que sostiene la ciudad día a día con su trabajo. Pero el crimen organizado no distingue entre culpables e inocentes: dispara y luego pregunta.
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Hoy, Santa Marta llora a dos de los suyos. Dos historias que se cruzaron sin conocerse, unidas por el mismo destino trágico que dejó la guerra narco en la ciudad. Y mientras los familiares lloran a sus muertos, crece la angustia colectiva: ¿dónde será el próximo ataque, y quién caerá sin deberla ni temerla?
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