El conductor de 59 años fue una de las seis víctimas mortales del atentado con carro bomba frente a la Base Aérea Marco Fidel Suárez. Una llamada de su sobrina lo llevó directo a la tragedia.

La tarde del 21 de agosto, Jhon Éder Parra salió a trabajar como todos los días. El calor de Cali acompañaba su rutina al volante del taxi amarillo que conducía por la carrera Octava con calle 52. A las 2:45 p. m., recibió una llamada de su sobrina que le pedía el favor de recogerla. Como siempre, no dudó en responder.

Cinco minutos después, a las 2:50 p. m., un camión cargado con explosivos estalló frente a la Base Aérea Marco Fidel Suárez. El taxi de placas VCU 363 quedó a escasos metros del epicentro. La onda expansiva lo golpeó de frente, convirtiendo el vehículo en un amasijo de hierro y metralla. Jhon Éder murió en el acto, sin oportunidad de escapar.

En su barrio San Marino lo recuerdan como un hombre trabajador, dividido entre su oficio de cerrajero y el volante. Era el vecino dispuesto a arreglar una chapa o compartir una charla breve en la esquina. Ese hombre sencillo, anónimo en las cifras de la ciudad, pasó a ser una de las seis víctimas fatales del ataque que dejó además 76 heridos, entre ellos niños y adultos mayores.

“Fue una tragedia demencial y demoníaca”, afirmó Johnny Rangel, vocero del gremio de taxistas La Mancha Amarilla, al lamentar la pérdida de su colega.

La sobrina que lo llamó, entre lágrimas, narró la amarga coincidencia: esa carrera rutinaria se transformó en el vínculo directo con la tragedia. La familia de Jhon ahora enfrenta el dolor de despedirlo y las diligencias para recuperar su cuerpo.

“Me quedé esperando a mi tío. Nunca llegó. Murió por estos terroristas”, dijo la mujer.

El gremio de taxistas lo despidió como a un compañero que murió trabajando, víctima de una violencia absurda que atravesó su última ruta. En Cali, su última carrera quedó marcada como símbolo del costo humano de un conflicto que no termina y que sigue arrebatando vidas inocentes.